«¿Quién es? ¿Qué es? ¿De dónde ha venido? ¿Es una criatura de poderes extraterrestres? ¿Es un perturbado? ¿Es peligroso?». Así presentaba el periodista Dick Cavett a David Bowie en una famosa entrevista realizada en 1974, momento en el que el británico se había convertido en una de las estrellas más importantes del planeta. También una de las más inclasificables. «¿Es inteligente, estúpido, se porta bien con sus padres, real, un impostor, loco, sano, hombre, mujer, robot, qué es?». Cavett parecía realmente confundido, pero buena parte del mundo entendió perfectamente qué era David Bowie: una experiencia sensorial única que había que disfrutar sin hacerse demasiadas preguntas. Un poco como Moonage Daydream, el documental de Brett Morgen sobre la leyenda inmortal del artista, y que nos propone una ruta alejada del rockumental clásico: esta no es una biografía de Bowie, sino una inmersión en su esencia.
La perspectiva de la película es honesta: es imposible capturar todo lo que era David Bowie, un artista camaleónico y ecléctico que contenía multitudes, ni siquiera con 135 minutos de metraje. Así, Moonage Daydream se empapa de sus creencias, sus visiones sobre la muerte y la espiritualidad, su personalidad magnética y por supuesto de su música para componer una suerte de collage fascinante y abrumador. La primera secuencia lo dice todo. Nada de Érase una vez. Morgen nos lanza una batería de imágenes que saltan entre el pasado y el presente, entre el realismo y la psicodelia, con imágenes de películas como Metrópolis de Fritz Lang y Fantasía de Disney y también material de archivo que muestra momentos sociales y políticos de gran calado. Una cápsula del siglo XX que al mismo tiempo se antoja futurista. Un lugar donde no existe el tiempo lineal ni los conceptos binarios. La Bowiemanía.
«Mi trabajo no es brindar información, sino brindarle a la audiencia algo que no pueden obtener en otros medios. Hay innumerables libros sobre Bowie, no hay nada más que pueda ofrecer en términos de biografía, pero hay algo intangible que puede pasar en un cine, y eso es lo que me interesa explorar», explicó Morgen en una entrevista en la revista Sight & Sound. Vaya, que si queréis leer la página de la Wikipedia, adelante. Este documental no va de eso. No saldrás de la sala de cine habiendo aprendido datos nuevos o anécdotas graciosas sobre David Bowie, sino con los sentidos embriagados por la experiencia sensorial que propone la película. O, al menos, esa es la idea.
Moonage Daydream es la primera producción sobre Bowie que ha contado con el visto bueno de su familia, que dio al director acceso ilimitado al archivo completo del cantante de Starman. Morgen tardó más de dos años en revisar todo el material disponible, que comprendía alrededor de cinco millones de documentos, y organizarlo en una película tan única en su especie como su objeto de estudio. El montaje final incluye vídeos de Bowie en conciertos, actuaciones en películas como Feliz Navidad, Mr. Lawrence, pedazos de hilarantes entrevistas televisivas, piezas animadas de Stefan Nadelman basadas en el arte de Bowie, sus storyboards para la película (jamás realizada) Diamond Dogs, experimentaciones frente a la cámara… En palabras del director: «No se supone que debas entender lo que estás viendo: se supone que debes dejar que te inunde por completo».
Aunque se venda como un relato libre y poético, este documental también sigue cierto orden y estructura. Empezamos en el Reino Unido, desde donde un joven David Jones se transforma en David Bowie y se come el mundo entero. Pasamos por su fase como Ziggy Stardust en los años 70, con maquillaje lleno de color y vestuario futurista, cantándole al Major Tom y a la vida en Marte. También pasamos por los años 80, cuando Bowie quiso ponerse positivo y se lanzó a las modas, a la música bailonga, al Let’s Dance y el Modern Love, a los anuncios de Pepsi con Tina Turner y Dentro del laberinto. Con esta etapa más comercial cargada de conciertos multitudinarios y una estética más domesticada, Bowie se perdió a sí mismo, y esa revelación nos ofrece el momento más honesto del documental. «Es muy fácil obsesionarse con el trabajo para no tener que mirarse a uno mismo», confiesa en esa constante voz en off que acompaña a la narración, una serie de grabaciones de archivo del artista que nos permiten entender mejor sus sentimientos en cada época de su vida.
Este camino nunca es puramente cronológico, al menos en la elección de sus imágenes. Un aspecto muy interesante de Moonage Daydream es que su estructura narrativa no está sujeta a los límites del tiempo lineal. Entiende que el Bowie pasado, presente y futuro conviven al mismo tiempo, en el mismo plano de existencia, en un círculo perfecto que se retroalimenta. Tiene la ambición de trascender y alcanzar una verdad nunca vista sobre David Bowie con una estrategia clara: reproducir la esencia caótica de sus referencias culturales, gustos, personalidades y creencias en un montaje absolutamente enloquecido. Puede que el mismo artista cantase «this chaos is killing me» («este caos me está matando») en Hallo Spaceboy, pero el caos era, en efecto, su estado natural.
El documental llegará hasta los años 90, de vuelta a la experimentación con la música y el arte después de una década que le dejó algo insatisfecho, y pasará por encima a su primera esposa, Angela Bowie, para centrarse en el amor sanador que compartió con la modelo Iman durante más de veinte años. Curiosamente, en esta decisión de guion de Brett Morgen (porque, por mucho caos que traiga consigo, este es un producto cuidadosamente ensamblado) se evidencia la voluntad de Moonage Daydream de ser una celebración llena de luces y casi sin sombras. David Bowie fue un artista descomunal, pero también era un hombre con problemas humanos y alguna que otra controversia. Negar esa parte de la persona es ofrecer un retrato incompleto.
A pesar de esto, vivir durante más de dos horas la experiencia reveladora de su arte en la gran pantalla ya es, en sí misma, una experiencia que vale la pena. La lección que nos deja es que, en la vida, no podemos dejar de explorar. David Bowie fue un artista en perpetuo cambio, constantemente cambiando de piel para sumergirse en lo desconocido, «coleccionista» (como él se definía) de personalidades e ideas que se fusionan a través de su cuerpo, su ropa, su maquillaje, su pelo y su música. Un ser camaleónico, más instintivo que cerebral, que nunca dejó de ver las posibilidades que ofrece el mundo. En sus palabras: «La vida es fantástica. Nunca acaba, solo cambia».
Fuente: Esquire