Con el mismo inopinado fogonazo con el que irrumpió en el panorama editorial con su ya referencial La sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón, quizá el escritor español contemporáneo más homologable en el panorama del best-seller internacional de calidad, falleció la madrugada del viernes a los 55 años en Los Ángeles, donde vivía desde 1994, fulminado por un ataque al corazón consecuencia de un cáncer que padecía desde hace algo más de dos años. “Hoy es un día muy triste para todo el equipo de Planeta que le conoció y trabajó con él durante 20 años, en los que se ha forjado una amistad que trasciende lo profesional”, señaló en un comunicado su editorial, que le calificó como “uno de los mejores novelistas contemporáneos”.
La postura vital y profesional de Ruiz Zafón fue siempre, de manera buscada, inversamente proporcional a su eco popular. “No quiero pasar por gracioso ni decir bobadas”, justificaba su escasa presencia pública en 2008 cuando aparecía El juego del ángel, segunda entrega de la que posteriormente sería la tetralogía El cementerio de los libros olvidados, iniciada con una La sombra del viento que era ya uno de los mayores fenómenos editoriales españoles desde la democracia. La paradoja es que lo afirmaba ante 150 periodistas y en un espectacular escenario en el mismísimo Liceo con 4.000 libros de segunda mano que evocaban el famoso cementerio, genial atrezo e iconográfico corazón de su mayor éxito, que completarían El prisionero del cielo (2011) y El laberinto de los espíritus (2016), con tiradas iniciales entre los 700.000 y un millón de ejemplares. El título fundacional sobrepasaría los 10 millones.
Ruiz Zafón (Barcelona, 1964) luchó contra una imagen de “distante, arrogante, raro”, trilogía de calificativos que él mismo recopiló, facilitado por un mundillo literario del que se alejó el máximo que pudo. “No hay nada ahí que pueda interesarme, para mí es exactamente como la asociación de amigos de la zarzuela; no tengo un interés particular, ni para mal ni para bien, en hacer capillitas o tomar cafés… eso es mucho de aquí”, apuntaba. “Todo lo que se dice en esos ámbitos es por intereses disfrazados de principios. He tenido la buena fortuna de poder pasar de lado de todo eso. El supuesto mundillo literario es 1% literario y 99% mundillo”.
La discreción y hasta un atisbo de timidez reforzaban, en lo personal, esa actitud profesional en quien ya en ese 2008 era un auténtico fenómeno socioliterario, como demostraban las inmensas colas que generaban las firmas de libros por Sant Jordi, lo que obligaba a su editorial, Planeta, a pactar con el Consistorio barcelonés un espacio específico y aislado y una carpa para él solo. Unas firmas que iban acompañadas de la figura de un dragón, su animal fetiche, que acabó incorporando a sus obras y del que tenía una espectacular colección en todos los formatos imaginables.
“La literatura es un gueto de mediocridad, aburrimiento, pretensión y pose”, afirmó en esa línea. Pero como acabaría ocurriendo en la casi decena de títulos que conforman su producción, quizá estaba jugando con el doble, con los contraespejos, uno de sus recursos estilísticos preferidos (“Siempre he pensado que cada uno de nosotros acaba siendo una versión de lo que hubiéramos podido ser”, sostenía). Porque desde los cuatro años, Ruiz Zafón, el niño que vivía cerca de una Sagrada Familia que con sus formas gaudinianas dejó impronta en su trastienda emocional, quería ser escritor. La trayectoria hasta llegar a ello le ayudó: la carrera de Periodismo que no acabó y otra muy brillante en el ámbito publicitario, donde empezó de copy y acabó de director creativo, en agencias como Dayax, Ogilvy o Tandem/DDB. “Es un mundo que está tocando a la literatura. Ahí aprendes a ver el lenguaje, las palabras como imágenes”, decía, recordando que Don Delillo también hizo esa singladura.
Podría haber sido aquel su destino si no hubiera cuajado su gran afición (como la de tocar el piano) con El príncipe de la niebla (1993), con el que obtuvo el premio Edebé de narrativa juvenil. Era la primera piedra de una futura Trilogía de la Niebla, conformada por El palacio de la medianoche y Las luces de septiembre. Pero sería con la también juvenil Marina (1998) donde depositaría las semillas de su primera novela para adultos: un pasado misterioso de un personaje, la Barcelona de épocas pretéritas (“desde la Guerra Civil que no pasa nada interesante en Barcelona”, se lamentaba sobre el escaso dinamismo cultural y social de su ciudad natal).
La sombra del viento, la historia de un joven que en la Barcelona gris de 1945 descubre un cementerio de libros olvidados y en él uno maldito de un misterioso autor, llegaría en 2001, pero no sería un éxito instantáneo. Finalista del premio Fernando Lara —ganó Ángeles Caso con Un largo silencio—, fue el siempre despierto y viajado Terenci Moix quien recomendaría su publicación. Ruiz Zafón presentaba una novela con una extraña mezcolanza de lo fantástico y lo negro, dos géneros que le gustaban y conocía bien y que estaban triunfando en medio mundo, especialmente en EE UU, adonde el autor se había traslado con las ganancias del premio Edebé para trabajar como guionista en la meca audiovisual de Los Ángeles. Pero tenía un problema. “Era una decisión poco comercial entonces en España, donde todo lo de género estaba mal visto”, fijaría tiempo después, siempre quejoso con una crítica literaria española que veía estancada: “Es un búnker de los setenta al que la gente ha pasado por encima”.
Pero acertó de lleno al realizar una obra comercial de calidad, homologable con lo que estaba produciéndose en el resto del mundo y en unos momentos en que el sector editorial entraba a la fuerza en la industria del ocio, necesitada de superventas. También en España. En ella, el escritor aunó una prosa fluida y generosa en diálogos y personajes que se describen hablando, que él admitía como influencia directa del mundo audiovisual. La sombra del viento, elogiada hasta por Stephen King, acabó llegando a las librerías de 50 países. Fue elegida en 2007 por 81 escritores y críticos latinoamericanos y españoles como uno de los 100 mejores libros en castellano de los últimos 25 años.
Ruiz Zafón obtuvo casi una veintena de premios literarios y había prácticamente parado su labor como escritor: El Príncipe de Parnaso, de 2018, relato no venal ambientado en la serie de El cementerio…, fue lo último que salió a la luz. Lejos de quedar afectado por su éxito comercial, sentía como pocos el peso y la responsabilidad del escritor, como demostraron los casi siete años transcurridos entre La sombra del viento y su continuación, que quizá no por azar empezaba: “Un escritor nunca olvida la primera vez que acepta unas monedas o un elogio a cambio de una historia (…). Un escritor está condenado a recordar ese momento, porque para entonces ya está perdido y su alma tiene un precio”. Lo recordó siempre.