Jerry Lee Lewis, la última leyenda de la edad dorada del rock and roll, ha muerto este viernes a los 87 años en su casa de Memphis (Tennessee). Algunos medios digitales llevaban un par de días rumoreando sobre su fallecimiento, pero la triste noticia ha llegado al final este viernes. Apodado elocuentemente The Killer(El Asesino) por su temperamento colérico y fiereza interpretativa, se convirtió en pionero e icono del género, rivalizó en la década de los cincuenta con toda aquella gloriosa avanzadilla de la nueva música del diablo ―Elvis Presley, Chuck Berry, Little Richard, Carl Perkins―, los sobrevivió a todos y siguió impartiendo lecciones de furia hasta bien entrado en la condición de octogenario. Pero su ya maltrecha salud le ha dado la espalda definitivamente. Deja una vida de película (en todos los sentidos, también el literal: Great Balls of Fire triunfó en la gran pantalla en 1989), episodios trágicos y truculentos y, sobre todo, dos de las canciones más importantes de la década de los cincuenta: Whole Lotta Shakin’ Going on y, sobre todo, su celebérrima Great Balls of Fire.
Había nacido en Ferriday (Louisiana) en 1935, en el seno de una familia paupérrima que supo barruntar su descomunal talento artístico y se empeñó para comprarle un piano de pared de tercera mano que le enseñaron a tocar desde los 10 años dos de sus primos. Encarnaba el perfil más temible y afilado de aquella nueva música excitante que supo canalizar las ansias de liberación juvenil tras el trauma de la guerra. Elvis podía mostrarse también como un chico tierno y adorable, pero Lewis ―pelo largo y rubio, fuerte acento sureño, actitud desafiante y libidinosa― era el yerno que ningún padre desearía encontrarse en su casa. Y todo pese a haber sido educado en una iglesia evangélica, un aspecto que siempre le produciría contradicciones internas, porque agudizaba el contraste con su temperamento alocado, sicalíptico y propenso a las adicciones.
Presumía de haber debutado en público a los 14 años con un concierto en un concesionario de automóviles, desarrolló un estilo bombástico y muy teatral (siempre de pie, siempre deslizando los dedos en virulentos glissandos sobre las teclas) y terminó resultando inevitable que Sam Phillips, el plenipotenciario fundador de Sun Records, supiera de sus andanzas y lo fichara para sus estudios de Memphis, primero como músico acompañante y enseguida ya como jefe de filas. Allí conoció en 1956 a Elvis Presley, Carl Perkins y Johnny Cash, con los que integraría el llamado Million Dollar Quartet. Fue solo la antesala de sus dos temas superlativos, que estrenaría en el televisivo The Steve Allen Show y que lo catapultaron a una fama incontrolable de costa a costa en Estados Unidos.
El éxito parecía no conocer cénit, pero el mundo tampoco tardaría en conocer el lado más turbio y controvertido del personaje. En mayo de 1958, inmerso en una gira por el Reino Unido que debía erigirlo como ídolo también al otro lado del Atlántico, un reportero descubrió que su tercera mujer, su prima Myra Gale Brown, tenía tan solo 13 años cuando contrajeron matrimonio. El escándalo fue mayúsculo, Lewis fue acusado de pederastia y tuvo que suspender todo el calendario de actuaciones cuando solo llevaba tres conciertos sobre suelo inglés. Nunca se recuperaría del todo de aquel episodio: las radios estadounidenses lo censuraron de inmediato y ninguno de sus cientos de composiciones posteriores alcanzaría el top 20 en las listas.
Fuente: El País