1. Patrones confusos, roles en duda: Resulta polémico hablar de roles de género en la actualidad, sobre qué se espera de cada hombre o mujer en una relación amorosa. Incluso, en la práctica resulta complicado saber cómo actuar. Por ejemplo, cuando uno sale a tomar algún trago en una cita, como mujer no sabes si pagar la mitad de la cuenta o si dejar que te inviten. Tampoco sabes si seguir con esa tradición tan arraigada por tu educación familiar en la cual te decían que si un hombre quería estar contigo, debería tener algo que ofrecer. O, también temes que si al renunciar a los consejos de tus padres y tú pagar parte de la cuenta, quizás no estés siendo lo suficientemente crítica y cuidadosa y en una de esas, te salga un hombre comodino, o incluso mantenido, que efectivamente “no ofrece nada económicamente”. Aunque si aceptas que él pague la cuenta, también podrías tener el miedo de ser juzgada de mantenida. Pero si él decide no pagar la cuenta quizá también la mujer lo juzgue de mediocre o de ávaro. Pero si finalmente decide pagarla, sin saber con exactitud si ella es feminista, podría nacer el miedo de ser juzgado de hombre dominante, o que espera favores sexuales por una cena. El tema es cada vez más complicado, y llegando la cuenta, muchos nos sentimos confundidos con qué hacer, nos aterran las represalias y es incómodo ser juzgados mal, ser etiquetados como mantenidos, o machistas, o incluso, de “feminazis”.
2. Pensar es cosa de hombres: Hablando de machismo, si hay algo cierto, es que existe un tipo de olvido —inconsciente o deliberado— de la mujer en la historia del pensamiento, una desaparición de muchos personajes femeninos en la trama oficial de eso que llamamos filosofía, ciencia, artes, literatura, etc. Casi siempre conocemos nombres de pensadores, de científicos y escritores, pero cuando nos preguntan por mujeres, la lista disminuye, si bien nos va, a la mitad. ¿Qué ha pasado a lo largo de la historia de la humanidad para que las mujeres se hayan vuelto poco notables o a veces invisibles en todos estos ámbitos? Explicarlo aquí es imposible, pero la respuesta más genérica es atribuir la invisibilidad de la mujer a siglos de prácticas machistas combinadas con el recelo femenino de romper las reglas impuestas por quizá, eso que fue considerado por mucho tiempo, el sexo fuerte.
Recordemos los cimientos de la cultura occidental. Con los planteamientos de Platón se construye la primera teoría importante sobre el amor, en la cual se soslaya el erotismo femenino. Concediéndole autenticidad tan sólo a las relaciones entre hombres, porque en éstas —creía el filósofo— no sólo se unían los cuerpos sino también la inteligencia, restándole cualquier posibilidad “espiritual” a las relaciones de hombres con mujeres, porque éstas son sólo productoras de hijos, no de ideas. Ese destino reproductivo, que siglos después, durante la modernidad seguía siendo para muchos pensadores la única labor que la mujer habría de desempeñar.
No está de más recordar las intempestivas frases de Schopenhauer quien piensa en las mujeres como “objetos de cabellos largos, pero ideas cortas” que usan sus encantos físicos, su “debilidad” e infantilismo, como una trampa para atrapar a los hombres y usarlos como “institución de beneficencia”. Para él, cualquier interés artístico o intelectual que una mujer tenga, no es de carácter genuino, sino tan sólo un medio para volverse más atractiva a ojos del hombre y así encontrar el mejor partido para casarse. Incluso hubo filósofos del siglo pasado, como José Ortega y Gasset, con ideas tan alarmantes como que lo “fuerte de la mujer no es saber sino sentir. Saber las cosas”, comentaba Ortega, es algo conceptual y relacionado con el ejercicio intelectual, y eso “es obra del varón”.
Aunque no dejemos de lado las excepciones, y un filósofo francés del siglo XVII, René Descartes, inspiró su obra, Las Pasiones del Alma, en los conceptos que nacían a partir de una serie de cartas que mantuvo con una joven princesa, Elisabeth de Bohemia, a quien se considera siempre como una sabia y fiel interlocutora. No todas las flores están marchitas en el jardín del pensamiento, también hubo mujeres que fueron olvidadas no tanto debido a la fuerza bruta de los hombres, sino de los prejuicios de siglos que confinaban a la mujer a ser sólo un adorno decorativo y el útero para conservar el apellido paterno. Machismo también alimentado por las mismas mujeres, por madres tradicionales e hijas sumisas.
Tampoco es que no hayan existido una larga lista de escritoras e intelectuales, sin embargo, la mayoría escondía su verdadera identidad firmando sus obras con pseudónimos masculinos, porque de lo contrario los libros no se publicaban, no se leían o no se compraban lo suficiente. Por cierto, la madre de aquel filósofo que hablaba de las ideas cortas y los cabellos largos de las mujeres, Johanna Schopenhauer, fue de las primeras literatas en Alemania en decidirse a firmar con su nombre, dedicándose profesionalmente y con remuneración, a escribir.
Quizá haga falta hacer una documentación exhaustiva de todas esas mujeres que borraron sus nombres o las hicieron desaparecer desde sus primeras páginas escritas, y así completar esa otra historia del pensamiento nacido a partir de mentes femeninas. Porque como alguna vez escribió Umberto Eco. «No es que no hayan existido mujeres que filosofaran. Es que los filósofos han preferido olvidarlas, tal vez después de haberse apropiado de sus ideas». Sentencia que no sólo aplica a la filosofía, sino también a la ciencia, el arte y demás disciplinas.
3. Reveladores estudios: Volviendo al tema de las cuentas separadas o juntas. Hace poco leí un artículo científico que trataba de responder a la pregunta de ¿por qué a las mujeres les atraen los hombres con ciertos comportamientos y actitudes de sexismo benevolente? El sexismo benevolente significa que las mujeres encuentran a los hombres con ciertos comportamientos paternales, protectores y de provisores, más atractivos que los que no los tienen. Lo cual significa que ellas relacionan dichos comportamientos que han sido tildadas de machistas actualmente, como por ejemplo, la demostración de estabilidad económica de un hombre, el gesto de no dividir cuentas, de proporcionar comida y cuidar de ellas, etcétera, etc., con el sentimiento de seguridad. Tomando dichas acciones como una «señal de que está dispuesto a invertir por ser protector, proveedor y comprometerse”. Las mujeres encuentran a los hombres con actitudes y comportamientos de sexismo benevolente mucho más atractivos, no porque ignoren que ello podría desencadenar en un férreo machismo, sino porque a pesar de ello, “los aspectos deseables de las actitudes y comportamientos de sexismo benevolente son suficientes para superar los efectos negativos percibidos».
Lo más asombroso de este análisis es el hallazgo de que incluso mujeres feministas de distintas corrientes, no sólo feministas moderadas, encuentran más atractivo a un hombre con actitudes de sexismo benevolente que uno que no, «a pesar de que ellas sí son más conscientes de la posibilidad de tener efectos perjudiciales», al mantener ciertos comportamientos que han sido relacionados con la violencia y con la supresión de sus libertades.
La conclusión es que los hombres con conductas de sexismo benevolente al final son «la preferencia de pareja para las mujeres en general, y no sólo para mujeres que avalan los roles tradicionales de género”. Esto, escriben los autores, es «sorprende desde una perspectiva sociocultural sobre las preferencias de pareja, porque las mujeres que apoyan firmemente el rol de género y la igualdad como las feministas, también reconocen que los hombres con sexismo benevolente pueden ser atractivos, si la atracción se basa en una evaluación de si un hombre con sexismo benevolente les ayuda a lograr una vida importante, “con voluntad de invertir». ¿Polémico no?
4. Sin embargo la equidad avanza: En México la mujer consiguió ejercer su derecho a participar en la vida democrática en 1953, pero es hasta hace poco de menos de diez años que se ha visto una mayor representación femenina en la vida política del país. A pesar de que el poder ejecutivo aún no ha sido representado por una mujer, las cuotas de género han sido una buena oportunidad para que la vida democrática se diversifique y no sólo tengamos exceso de testosterona en el Congreso, en las presidencias municipales y gubernaturas. Pero hay que tener cuidado porque en nuestra democracia abundan las “Juanitas”, mujeres que sin experiencia política y total desconocimiento del mecanismo del Estado mexicano, se trepan a la “moda” de las cuotas de género, y sin merecerlo, consiguen su “lugarcito” aunque sea en una pluri. Algunas veces el eufemismo “cuota de género” elucubra prácticas machistas y de conflicto de interés, porque algunos puestos no llegan para las más preparadas, sino para las más recomendadas, las dóciles, las amantes, mujeres lindas y sonrientes que siguen al pie de la letra los designios de quien las maneja: generalmente un hombre con mucho poder. Las “Juanitas” son las marionetas movidas por el patriarcado político que tardará años en extinguirse.
5. Somos o no somos: Pagar o no la cuenta en realidad es algo insignificante para conseguir una buena vida, porque es sólo un gesto de cordialidad, un guiño que puede ser interpretado de múltiples maneras. Y aunque en el fondo estoy de acuerdo con que hay que fijarse bien con quién se entabla una relación amorosa, y que si cualquiera de las partes no tiene nada que ofrecer al otro lo mejor es irse. Sin embargo, más allá de la esperanza que se tenga en todo esto de las parejas, lo más importante es primero tener algo que ofrecerse a una misma, independizarse emocionalmente, económica y laboralmente para devolvernos nuestro sitio, no sólo en la historia oficial de las ciencias, las artes y las humanidades, sino en nuestra historia individual. Para trazar una vida con sentido propio, para no sucumbir a significarnos a partir de lo que hace o no un hombre, de lo que espera o no de nosotras, de lo que puede o no ofrecernos.
Cuando era adolescente y mi padre me prohibía ir a una fiesta o llegar muy tarde, cuando las reglas paternas se imponían con todo su peso sobre mi voluntad que se resistía a doblegarse, mi padre me decía que “si quería libertad tenía que pagármela”. Sus palabras pecaban de dureza, pero en algún sentido tenía razón. Aprendí a pagar mis alas para volar.
Para no convertirse en la mujer pasiva y moldeable, en la mujer maltratada, o en el títere de un jefe abusivo, hay que estar dispuestas a renunciar a ciertas comodidades “remuneradas”. A probar ese mito llamado “amor” y “éxito” más allá de cualquier condicionante machista. A exigir dignidad y respeto en todos los ámbitos, valores administrados también por nuestras propias acciones, por la valentía y la determinación, cuando sea necesario, de decir con toda libertad “el contrato terminó”.