Por Mario Alberto Mejía
Eran los años de Guillermo Jiménez Morales.
Un periodista llamado Sergio Olimán fuma marihuana en el camión de prensa, mientras sus colegas prefieren brandy o whisky. Todo está permitido.
López Portillo gobernaba el país persiguiendo a su hijo José Ramón en los jardines de Los Pinos, y terminaba tacleándolo. Ambos corrían con el dorso desnudo. El país se gobernaba con ese tipo de ocurrencias. La escena de la cómica persecución aparecía en los cortos cinematográficos que antecedían la función de cine. La voz de Agustín Barrios Gómez hacía la crónica de esa lucha romana presidencial. El público aplaudía la escena complacido.
Qué verde era mi valle
Federico Chilián, militante de un partido de izquierda, exige su derecho al “chayote” a través de una columna en el periódico Síntesis. Rafael Cañedo Benítez es el presidente municipal de Puebla. Ramón Beltrán, jefe de prensa, lo manda por un tubo desde una poderosa motocicleta de marca. Beltrán viste con ese trajecito sin mangas que usaba López Portillo: una especie de prenda confeccionada por un sastre panameño.
Chilián lleva su protesta a la plaza pública. El “chayote”, explica, es un acuerdo verbal hecho con la gente del alcalde. Beltrán, incluido. A raíz de esa columna, el psicólogo y sedicente periodista deja de publicar en Síntesis.
Arturo Rueda abandona la academia por el periodismo. Su columna Tiempos del Nigromante, publicada en Intolerancia Diario, provoca asombro y envidia. El análisis que hace de la sucesión de Melquíades Morales Flores es brutal: una mezcla de ensayo político con una leve ironía. Rueda escribe a la sombra de Jorge G. Castañeda y Carlos Ramírez. La fama efímera golpea su ego. Este crecerá desmedidamente una vez que se convierte en director de Cambio. El analista profundo desaparece.
El periodista metido en la piel de la academia da paso a un empresario de medios locuaz. Su estilo periodístico sale por la ventana del baño. Lo que viene es mortal para cualquiera que tunda teclas: un video en el que intenta extorsionar a Jorge Estefan Chidiac se hace público, una manifestación de mujeres estudiantes en la Libre de Derecho culmina con su salida como profesor, y la parodia como género periodístico para enfrentar el oprobio y la vergüenza se vuelve, en su caso, salida recurrente.
Rueda se asume como el Señor de los Tlacoyos. El pudor ha quedado en el cesto de basura. Todo lo que podría matar a cualquiera, él lo transforma en burla permanente. Y genera un nuevo público: el que viene de la tradición de la carpa mexicana. Es nuestro Palillo que le mienta la madre a los políticos que no son generosos con él. A cambio de eso, el público lo llama Mantecochas. Él acepta resignado el calificativo. Es el precio que hay que pagar.
La picardía mexicana se va a vivir a sus columnas y a su programa de Facebook. El único límite es que no hay límite. Algo tendrá que pasar como terrible colofón: una tarde de mayo, metido en una playera rosa, Rueda es aprehendido por lavado de dinero, uso de recursos de procedencia ilícita y evasión fiscal. Y todo en una trama que incluye extraños movimientos de más de 400 millones de pesos en efectivo. El analista serio graduado en Madrid terminó metido en el callejón de las cachetadas. Y él en el papel del payaso que las recibe.
Un último drama: desde prisión envía una nueva columna política. Se llamará, muy a la Gramsci, Tiempos de Cárcel. En su primera entrega se va con todo en contra del gobernador Barbosa. Escrita a mano, la columna va de lo cómico a lo grotesco. Narra que Víctor Hugo Islas lo recibió en el penal de Cholula con una banana y un rollo de papel de baño. ¿Qué metáfora oculta hay en la escena? Viniendo de quien acepta ser llamado Mantecochas cualquier significado es posible. La nueva columna dura tres minutos circulando en la página web de Cambio. La mano invisible del mercado —su argumento para extorsionar a Estefan— lo censura.
Entre Olimán, Chilián y Rueda ha vivido la prensa en Puebla. Hace falta una novela que narre esto al detalle. El último en escribirla que lance la primera tecla.