Puebla no se entiende sin sus dulces típicos. Una de sus dulcerías emblema se ganó su fama no sólo gracias a la calidad de sus productos, sino también por un enorme espejo que adornó su recibidor. Llegó un momento en que la gente ya no la identificaba por su nombre original, sino simplemente como «La dulcería del espejo».
El Lirio de Puebla marcó toda una época en la tradición dulcera de la ciudad. Abrió sus puertas en 1897 para convertirse, pasado el tiempo, en una de las primeras confiterías que hicieron más pequeño y accesible el dulce de platón de las monjas: el camote. Su famoso espejo fue un elemento que se vistió de historia; se trata de una pieza 1698 y de origen francés, que le fue regalada la generación que fundó la dulcería.
En 2013 tuvo que cerrar sus puertas por problemas en la infraestructura de la casa y un desacuerdo entre los dueños y los administradores del lugar. Así, parecía que Puebla se desprendía para siempre de un pedazo de su historia. Uno de los más férreos defensores del patrimonio de la ciudad, el arqueólogo Eduardo Merlo Juárez, alzó la voz en su momento para que el municipio defendiera ese ícono poblano. Nadie lo escuchó.
Ahora, tras cuatro años de ausencia, El Lirio de Puebla reabrirá sus puertas, aunque la fecha para ello aún está por definirse. Su ubicación, sin embargo, tendrá un ligero desplazamiento con respecto al lugar que ocupó durante 116 años, desde 1897 hasta 2013. Originalmente se había ubicado en la tradicional calle de Santa Clara, en la 6 Oriente número 204; a partir de esta nueva etapa se ubicará unos 100 metros más adelante, en la «extensión» de Santa Clara, 6 Oriente número 14.