Freud pensó a la salud en términos de la capacidad de amar y de trabajar, seguramente porque tanto el amor como el trabajo suponen franquear esa retracción libidinal que caracteriza a la enfermedad. Devolverle al paciente esa posibilidad fue para él una de las consecuencias del análisis. Por su parte, Lacan consideró un nuevo amor en el fin de análisis que definió como “más digno”, sabedor, tal vez, de ser un lazo que se yergue sobre el fondo de la ausencia de la relación sexual. Ante este punto de real que constituye el destino y el drama del amor, se requiere de una posición ética. En las antípodas se encuentran los programas pseudocientíficos que intentan hallar la química neuronal de los enamorados indagando sobre el gen del ciclo pasional. Bien dice Badiou[1]– el amor hoy se encuentra amenazado por los partidarios del mercado liberal para quien todo es interés y ausencia de riesgo. Este autor menciona diversos slogans de una campaña publicitaria de un sitio de encuentros que dicen: «¡Tenga amor sin azar!», «¡Se puede estar enamorado sin caer enamorado!». «Puede usted perfectamente estar enamorado sin sufrir por ello». Y todo ello gracias al sitio de encuentros Meetic… que le ofrece además un coaching amoroso con el que podrá disponer de un entrenador que le preparará para enfrentarse a la prueba. Una campaña… para matar todo amor.
Freud considera que el amor se explica en términos libidinales donde el interés se desplaza del propio yo a la persona exterior que es investida intensamente. Diferencia los amores narcisistas de los objetales, aunque esta delimitación no es tan precisa, ya que siempre hay una parte del narcisismo puesto en juego: el otro siempre importa para el yo. Sin embargo, hay amores más narcisistas que otros, donde se ama al otro solo por ser una parte de sí mismo o el ideal que el sujeto hubiese querido ser. Hay amores más objetales donde se reconoce la diferencia del amado respecto del yo y se la admite como tal. Podríamos decir que tal vez la supervivencia del amor depende de este último aspecto y vale aquí tener presente la célebre decepción del baile de disfraz en la que los amados muestran su rostro: ella no era ella, él tampoco. Momento seguramente donde el amor pasa la “prueba de verdad” y si perdura es cuando la supera y cada uno revela su cara y ya no la idealizada de su comienzo.
En su Seminario dedicado a la transferencia, Lacan[2] situará al amor en términos de metáfora siguiendo el diálogo de Platón El banquete. Lo que caracteriza al erastés, al amante, es esencialmente lo que le falta (es el sujeto del deseo), pero como analistas añadimos: él no sabe lo que le falta (este no saber resulta del inconsciente). Por otra parte, el erómenos, el objeto amado, no sabe lo que tiene, lo que tiene oculto, y que constituye su atractivo; lo que tiene es llamado a revelarse en la relación de amor. Ahora bien, no hay coincidencia entre los términos: lo que le falta al erastés no es ese «lo que tiene» que está oculto en el erómenos. Ahí está todo el problema del amor. Pese a esa no correspondencia, nombre de la no relación sexual, la metáfora se produce cuando el amado se transforma en amante y ese es el milagro del amor: la manera en la que el que uno es tocado por el otro, incluso hasta modificado. Sustitución como metáfora, no se nos escapa que ella no es solo un fenómeno de lenguaje como otros, ya que introduce modificaciones en las partes en cuestión. Aquiles joven e imberbe era el amado por Patroclo, cuando la metáfora se produce se transformará en amante al vengar la muerte de Patroclo matando a Héctor, a riego de morir él también. Y ese sacrificio será valorado por los dioses porque él se encontraba en posición de amado. En otro sentido, Freud[3] se refiere a las marcas que deja el amante al describir a las mujeres que luego de tener experiencias amorosas, se puede pesquisar en su carácter los saldos que han dejado las antiguas investiduras. También el proceso puede ser simultáneo: alteración del carácter antes de que el objeto haya sido resignado. Tal mecanismo también permite entender el fenómeno del duelo, cuando el otro ya no está y perduran sus huellas en nosotros.
El psicoanálisis enseña mucho sobre el amor, ya que es una experiencia montada en el amor de transferencia, se trata allí de un amor inconsciente que el analizante le dirija al analista y que, como dice Miller[4] saca a la luz su mecánica. Es que el amor se orienta hacia aquel que pensamos que puede revelarnos nuestra verdad, claro que esa verdad es muy difícil de soportar, mientras que el amor permite imaginar que esta verdad será amable. Y es por ello que Miller afirma que amamos a aquel o a aquella que podría responder a la pregunta acerca de quién somos. Por eso el que ama está en posición de falta, de ahí que el amor feminice y pueda ser perturbador para muchos hombres. Y así siempre son ellos quienes se revelan frente a la famosa frase de Lacan: amar es dar lo que no se tiene afirmando, por el contrario que amar es dar lo que se tiene. Lo que el aforismo indica es que es la falta la que se entrega al otro y que su valor es diferente de los bienes, regalos y potencia. Porque esa falta implica reconocer que se necesita al otro. Es así que los hombres que no están muy seguros de su virilidad se resisten a caer bajo su hechizo y, para afirmarla desean a la mujer que no aman. Por eso al enamorado lo asalta el orgullo que haber puesto en juego su incompletud y dependencia respecto del otro, situación que desencadena agresividad hacia el amado.
Lacan dice que el discurso capitalista excluye al amor[5] algo anticipado por Marx cuando al referirse al capitalismo dice:
“Todo lo estamental y estable se evapora, todo lo sagrado es profanado y los hombres se ven finalmente obligados a contemplar su posición en la vida, sus relaciones mutuas, con ojos fríos”[6].
El discurso capitalista rechaza el amor no solo por el aspecto romántico que hace que los enamorados se basten a sí mismos, y en esto se alejen del consumo, sino porque en el amor, el otro no es una moneda de cambio, sino que se revela insustituible. Pensemos en la nostalgia que surge del recuerdo de un amor que se ha perdido, seguramente se hará presente el lenguaje privado compartido con el que fue amado, un lenguaje que fue ese, único, no intercambiable con el de ningún otro. Dice Borges que uno está enamorado cuando se da cuenta de que la otra persona es única. En el lenguaje privado, los epítetos indican la manera en la que lo nombrábamos, queriendo de ese modo intentar expresar su unicidad, y el tiempo que demanda el duelo amoroso testimonia, en última instancia, que los seres no pueden sustituirse tan fácilmente por otros, que no son descartables, que lleva tiempo el proceso de desasimiento, que hay apego, viscosidad libidinal.
Silvia Ons es analista miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis. Escritora.
Notas
[1]Badiou, A., Elogio del amor, Bs.As. Espacios del saber, 2012.
[2]Lacan, J., “La transferencia “EL Seminario, libro 8. Bs.As., Paidós, págs. 59-61.
[3]Freud, S., “El yo y el ello”, Obras completas, Bs. As., Amorrortu editores, T XIX, 1976, p.31.
[4]* Entrevista realizada a Jacques-Alain Miller por Hanna Waar para la Psychologies Magazine, octubre 2008, n° 278.
[5]Lacan, J., Hablo a las paredes, Bs. As., Paidós, p.106, 2012.
[6]Marx y Engels, Manifiesto del partido Comunista, Barcelona, Gredos, 2014, p319.
(Con información de Página 12)