Es curioso, ambos se dedican a juzgar. El primero lo hace desde la doctrina jurídica y el segundo desde el punto de vista moral. ¿Quién juzga a los juzgadores?, ¿quién vigila a los vigilantes? Acaso la prensa no puede ser juzgada también.
¿Los periodistas no pueden caer en excesos, extorsiones, lavado de dinero? ¿Los reporteros y empresarios de medios de comunicación no trafican influencias? Los periodistas acusan a los poderosos de mentir, ¿apoco en los medios de comunicación no mienten?
Arturo Rueda es el símbolo de la relación entre la prensa y el poder, pues mientras es señalado de extorsión y por la sospecha de manejar recursos de procedencia ilícita, hay que admitir que fue un monstruo creado por el mismo poder y desde el poder.
Si él existía es porque el sistema lo alimentaba al darle dinero. Era el bufón de palacio que hacía reír al Rey y al mismo tiempo era el mensajero que lapidaba la honra de los enemigos del propio poder. —No entiendo por qué siguen contratando a Rueda — se escuchaba decir en algún café. —Porque es su rottweiler.
Le sueltan la cadena para que ataque, le avientan sus croquetas para premiarlo, es el único que le hace compañía al sistema y le acarician la pancita después de que hace alguna de sus gracias —respondía el interlocutor.
Rueda representa a aquellos directores de medios de comunicación que se asocian con los funcionarios, diputados, jefes de la policía judicial que reparten coscorrones a las “viejas cabronas”.
Representa a los que se dicen periodistas, aunque en su vida han escrito un reportaje, crónica y ni siquiera han ido a una conferencia de prensa de algún comité vecinal. Son los que, con los gobernantes, conjuran demandas contra otros periodistas por andar de “revoltosos”; tienen la política de “toda consulta genera honorarios”.
Se vuelven constructores, protegen prostíbulos, table dances, disfrazados de restaurantes de carnes asadas. Y todo lo quieren regalado en intercambio o sino “mañana me leen”.
¿En qué momento pierden el piso? En el momento que conocen la impunidad y por ende la inmunidad. Cuando no hay límites. Cuando hacen algo mal y en vez de ser reprimidos obtienen un aplauso. Cuando creen en sus propias mentiras y cuando el ego, su ego, los rebaza.
En ese momento perdieron su capacidad de sorpresa y ahora justifican lo que se haga desde el poder. Lo aplauden, lo ven normal. Cuando pierden esa capacidad de respuesta, es cuando se convierten en actores del mismo teatro.
No es que nos espantemos, es que cada que llega un Calígula al poder que prostituye al mismo sistema, la sociedad misma exige un golpe en la mesa, un poco de mesura, exige que regrese la sensatez.
Por todo ello, consideramos necesario llevar la edición de Revista 360º Instrucciones para vivir en Puebla un especial sobre la relación sobre la prensa y el poder. Porque desde esta trinchera criticamos, pero quién nos critica. Desde este espacio juzgamos, pero quién nos juzga. Por eso, como escribió Alan Moore en su novela gráfica Whatchmen, ¿quién vigila a los vigilantes?