El licenciado Fojaco traía un gran dolor de estómago. Una gastritis que le provocaba un tremendo sufrimiento y en una hora tenía que dirigir un discurso ante el Consejo Político del partidazo. No podría disculparse de tal encomienda porque necesitaban verlo, escucharlo hablar sobre sus reflexiones tan conceptuosas, tan ingeniosas, tan agudas, pero sobre todo tan espirituosas.
Horas antes, el licenciado Malagón le dio un remedio casero, el cual, supuestamente le curaría ese dolor, pero al final lo puso peor. Tan es así que ahora no sólo no se le quitó o disminuyó el malestar, éste se le incrementó e hizo que el reflujo le quemara el esófago y la garganta, por lo que ahora todo lo que decía, lo decía con la letra “a”.
—Licenciado Fojaco, —dijo el licenciado Malagón— ¿cómo se siente? Con este remedio que nos daba mi abuelita. En un dos por tres se pondrá como nuevo, mi lic.
—¡Cabrán Malagán! ¿pas’ ka’ ma dasta? Ahora habla pear’ (peor) ¿Cama vay’ a dirigir el dascarsa ante la pransapal fagura del partada?
—Pues no lo escucho tan mal, licenciado… un poco afónico, pero nada mal, parece que va saliendo de una gripita, pero nada mal.
—¡Vata al caraja!
—Se le entiende perfecto, licenciado Fojaco. Me acaba usted de mandar al carajo ¿o no?
Fojaco se acarició el bigote y le preguntó:
—¿Estás sagara que me antandarán las campañaras y las campañaras?
—Le aseguro, licenciado, que en estos tiempos de la corrección política todos, todas y todes debemos ser incluyentes, incluyentas e incluyentos. Saldrá en hombros, querido Fojaco. Nadie le vendrá con un discurso de falta de igualdad.
—¿Estás sagara?
—Segurísimo, licenciado. Escúchenos, es un hablar fluido.
—Pas’ ta’ buena, cabrán, —se sobó la panza. En ese momento reflexionó y descubrió que el remedio de la abuela del licenciado Malagón fue un éxito. Le habló a su chofer para ver si le entendía:
—¡Papacatl (Popocatl)! ¡Traeta la sabarban priata (suburban prieta) ka vamas a la Cansaja del partada! ¡Y rápada cabrán!, ¡ka nas aspara al cera ana (el cero uno)!
—Sí licenciado, voy corriendo.
Malagón le guiñó el ojo para que viera que era comprensible su comunicación. De hecho, Fojaco siempre hablaba así sólo que ahora lo hacía con más énfasis, pero de eso no se dio cuenta el muy nuestro —muy suyo, y muy mío— licenciado Fojaco.
“Cabrán Malagán, y ya dadando da al”, pensó el licenciado Fojaco, mientras iba en la suburban prieta que arribaba al Auditorio de la Nación. “Pansa ca ma caria dajar mal parada franta Al Amaga (El Amigo).
El consejo político ya había comenzado y era el momento de que el licenciado Fojaco hiciera su reaparición después de meses de no estar en los actos públicos. Le había apostado mal en el sexenio pasado, apoyó al candidato que no ganó y no le quedó otra más que abrir el despacho y resguardarse.
Bajo perfil, le dicen los consultores políticos.
Este era su momento.
El Consejo estaba listo para escucharlo. Había ido el Cero Uno, El Amigo. Antes le llamaban el primer priista, ahora estaba frente al líder de la sexta transformación, el impulsor del sexto piso.
Ahí estaba El Hombre, El amigo, su líder quien lo veía intrigado mientras el licenciado Fojaco acomodaba el micrófono frente al respetable.
“Buanas días, campañaras: La damacracia as al gabiarna dal puebla, par al puebla, para al puebla, Abraham Lancanl”.
Los asistentes se miraron unos a otros, otras a otres. Se hizo un silencio sepulcral en el recinto. El Cero Uno volteó a ver al licenciado Fojaco más interesado.
“Na nas daban antamadar las anamagas del pasada. Las ananas (enanos) dal tapanca. Na nas daban hacer manas las amenazas da las cansarvadaras. La reaccián as la anamaga dal puebla. Hay par hay, tanamas prasidanta, an lader ca nas ha ansañada al camana. Las maxacanas y las maxacanas tanamas ramba. Nadia sa daba dasar (decir) dascansalada. Hamas lagrado avanzar par al camana carracta da la hastaria. Las rafarmas canstatacianalas (constitucionales) han damastrada que hay más que nanca hamas lagrada sacar al país dal bacha ka ya paracia ana sacaván”.
El silencio rompió en carcajadas.
El Cero Uno no paraba de llorar de la risa.
El licenciado Fojaco se ruborizó frente a todos sus correligionarios.
Sólo se escuchó decir: “¡Cabrán malagán, haja da la changada, ma las va a pagar!”