El PRI respira con dificultad. Se le han ido casi todos sus diputados locales. Sólo se quedó con uno quien no representa nada ni a nadie.
Néstor Camarillo fue el encargado de apagar la luz, bajar la cortina, colocar los candados y poner el anuncio: “se vende”.
Así nomás: ¡kaput!
Se acabó.
El otrora poderosísimo partido hegemónico apenas si puede caminar.
Una sonda lo sostiene con vida.
Aquel partido que gobernó más de 70 años, que creó una sociedad entera, hoy luce no pálido sino grisáceo; se sostiene por un ventilador artificial que le suministra un poco de oxígeno y a través de un pequeño tubo le dan el alimento. Es un partido que está a punto de estirar los tenis y su único inquilino en el Congreso del estado, quizá ni se ha dado cuenta.
Es el único que no le han dicho que todos a su alrededor ya están muertos.
Es el único muerto que piensa que sigue con vida.
Néstor Camarillo pasará a la historia no como un gran líder, no cómo un buen diputado, tampoco como un gran conciliador, simplemente como un enterrador. Como el protagonista de alguna película apocalíptica en la que ya todo son ruinas, un desierto, un pueblo del viejo oeste y que a él sólo lo acompaña un perro.
Le puso el último clavo al ataúd.
Hasta hace no mucho, los priistas no vivían en el error, vivían del presupuesto. Eran los encargados de la Gran Obra (pública, of course).
En su ADN estaba la corrupción, el abuso del poder, tenían en su formación personajes como Gonzalo N. Santos “El Alazán tostado”, creador de aquella frase: “La moral es un árbol que da moras”, cuando tenía que justificar sus excesos.
Hoy ya ni a emisarios del pasado llegan.
El PRI controlaba todo hasta su oposición.
Sabían que el maíz no solo alimentaba pollos, sino que callaba bocas. Era el PRI del confeti y la matraca. El del voto verde. El que enseñó a la prensa a ser corista del régimen, su eterno monaguillo que sonaba una campanita a la hora de la misa y la homilía del poderoso en turno.
El PRI que se había metido en la mente de los mexicanos, que creó no sólo un sistema político sino una forma de actuar, de vivir, de comportarse, una cultura.
Néstor Camarillo estará ahí sólo como si fuera líder de un partido satélite, de un partido bonsay, hoy oficialmente es el presidente del Comité Directivo Estatal de la Chiquillada, pues hasta el salinista Partido del Trabajo tiene más representación o que el invento raro y mal oliente como Fuerza por México tiene más poder.
Hoy, una bola hecha de ramas rueda sobre un edificio ubicado en la calle Diagonal Defensores de la República, mientras el viento sopla y levanta una tolvanera.
Un perro se detiene a orinar en el portón del edificio que fue inaugurado por Humberto Roque Villanueva, el creador de “La Roque-señal”, aquel ademán que hiciera el líder del PRI cuando alzó los puños y los bajó a la altura de su cintura, mostrando un: “¡ya nos los chingamos!” y justo para festejar el IVA se incrementó del 10 al 15 por ciento.
El PRI de las oficinas de la 5 Poniente que ganaron por un juicio de usucapión contra el gobierno del estado y que fueron resguardadas por años por policías judiciales que enviaba la Procuraduría del estado lucen vacías.
Se acabó la época de “la nalga es la nalga”, como profería el dirigente Moisés Carrasco Malpica cuando invitaba a sus asistentes a comer o cenar después de una larga jornada de trabajo.
El PRI sólo vale un diputado que si llegan a sobrevivir no será porque ellos ganen, sino porque otros pierdan.
Nadie pensó que alcanzaría la edad para ver colocar la corona y escribir —como lo hacía el cartonista Rius— RIP al PRI.