Cuando dos políticos se reúnen en ese lugar conocido como “lo oscurito” para favorecer al “que menos daño haga” (voto útil es un mero eufemismo), en el momento álgido de la discusión seguramente han de decir:
-Bueno, entonces ¿qué?, se vaser o no se vaser…
-…-El interlocutor levanta una ceja, frunce el ceño o cruza los brazos para retar a quien habla.
-…la carnita asada-, remata con guiño de ojo el que hace la propuesta indecorosa.
Imaginemos el siguiente escenario: Rafael Moreno Valle se sienta a dialogar con el candidato de su partido: horas y horas de discusión, reclamos de “tú me traicionaste” y “yo no te traicioné”, “yo te destapé a la dirigencia nacional en Casa Puebla” y la respuesta de “no me destapaste, yo ya me había encuerado, desde endenantes”.
Llega el momento en el que se pone en la mesa que Martha Erika Alonso es la mejor opción y el otro: “si y solo si Eduardo Rivera va para la alcaldía de Puebla” (leer esta semana a Mario Alberto Mejía y Ricardo Morales) y se vuelven a entrampar como boxeadores que luchan por no caer en la lona.
Hasta que el vientecillo de La Rosa de Guadalupe (indispensable para que funcionen los milagros electoreros) aparece, y Ricardo Anaya con su look de niño sin amor le sonríe a Moreno Valle y al tiempo de enseñarle un colmillo que brilla: “Bueno, entonces qué, ¿sevaser o no sevaser…?” – el poblano cambia el rictus, levanta la cara mirándolo de arriba hacia abajo – “… la carnita asada”. Y sellan el pacto en algún café o restaurante de la ciudad de México.
Ahora miremos a Enrique Doger recibiendo línea de que nomás va a jugarle al Tipitoche (lo correcto, según Germán Sierra, su creador, es Pipitoche por aquello de “pendejo de día y pendejo de noche”).
Como es el PRI, están en un salón viejo de las oficinas de Insurgentes. Su interlocutor bebe un whiskey Blue Label en las rocas, mientras que Doger aparenta un poker face. En realidad, el exrector de la BUAP está tenso, nervioso, sus manos le sudan, pero nadie lo nota, mientras come unos polvorones navideños y toma un café americano en una taza gorda que tiene el logotipo del partidazo y aún dice “Bienestar para tu familia”. La taza ya está despostillada y es la que usan para los que siempre van a recibir línea.
-Mira, Enrique, sabemos que eres el puntero en las encuestas. Lastiri (Juan Carlos) no levanta ni la Cruz en un día del albañil, pero entiende. Se trata de que aceptes la derrota. Tú ataca a Morena, ataca al senador este que se fue del PRD, búrlate de Anaya, nada más cuídame mucho a tus paisanos. Ya sabes a quiénes.
Doger, que bien sabemos todos que es de “mecha corta”, responde con sarcasmos, enojos, critica a uno y a otro y dice visiblemente irritado: “No, no sé a quienes… dígame, licenciado”.
La discusión se detiene cuando una secretaria del partidazo entra al salón. Ella, ya sabemos: joven, alta, tez blanca, un escote que deja ver unas cuantas pecas alrededor. Tiene unas piernas largas y torneadas. Los labios gruesos y rojos. Lleva medias de tejido color negro. Se acerca, le dice algo al interlocutor, este no deja de asentir y mirar de fijo al poblano. Ella le deja un sobre en la mesa. Se retira.
El personaje mueve su old fashioned que tiene entre las manos, para después darle un trago. Le avienta el sobre amarillo al candidato en medio de las migas de polvorón que ya hay encima de la mesa.
Doger abre el sobre. Observa. Por un lado se ríe, por otro lado se enoja más. Y es que no quiere ceder a hacer el caldo gordo y solo ir tras los militantes de Morena sin contrariar al morenovallismo.
Suben las palabras. Pero algo ve nuestro personaje y resopla.
El otro, mientras mastica uno de los hielos le dice: “bueno, entonces qué, ¿sevaser o no sevaser?», mientras que por la ventana abierta de aquel viejo salón entra el vientecillo, que como es el PRI huele entre cochupo y patas, y se realiza el milagro de La Rosa de Guadalupe. Of course, la carnita asada se consume.
Así podemos imaginar a un periodista negociando su contrato publicitario: “es que no, que sí, que la reputación, que no sé qué…” hasta que las palabras mágicas del sevaser o nosevaser… aparecen en la discusión. Y el milagro de la carnita asada se logra.
Podemos pensar en Fernando Manzanilla, en Mario Marín hablando con Kamel Nacif vía telefónica, en Manlio Fabio, en Osorio Chong y hasta en Elba Esther Gordillo en un encuentro con Andrés Manuel López Obrador.
México es el país de la carnita asada, sin duda, pero si nos preguntamos si es posible que en esta elección se esté buscando negociar, la respuesta es sí. Que se logre, solo si los números no son tan alejados, y es que hay que pensar que la casa nunca pierde. Si estuviéramos en Finlandia, Noruega, Suecia, Suiza, quizá eso no ocurra, pero aquí en México todo puede pasar gracias a la magia de la carnita asada y el Canal de las Estrellas.
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Cuando le pregunten si se va o no se va a hacer, usted responda que se tiene que hacer. Es como aquella canción de Invítame a pecar.
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En Puebla, a finales de los noventa, Javier López Zavala acuñó una acepción del “se va a hacer o no se va a hacer”, él, como todo un poeta dijo “ponle los melones y las sandías que quieras”.
Y recuerda, amiguito, en México nadie aguanta un cañonazo de 50 mil carnitas asadas. Y el respeto a la carnita asada es la paz.