Por Pietris Peralta Langholz
Hola, mi gente bonita, ¿cómo se encuentran el día de hoy? Bienvenidos nuevamente a esta, su columna «A libro abierto».
Hace un par de días hablaba con una buena amiga mía, la cual presentaba síntomas muy familiares, para mí conocidos como «depresión»: no soy feliz con mi vida o me está llevando el demonio.
Intentando hacer el papel del tuerto en un mundo de ciegos, me puse atentamente a escuchar cuáles eran los problemas que le afligían. Después de escuchar y darme cuenta que la frase: “Si lo puedes resolver, ¿por qué te preocupas?, y si no, también” no resultara, me di a la tarea de pensar si yo, que estoy apenas en el corto camino de la vida y con una experiencia casi nula comparada con muchas personas, ¿cómo puedo ayudar a esta persona a ver las cosas de manera positiva? Así que, como es costumbre, me eché un clavado a los fantasmas de mi pasado, y me puse a pensar cómo es que yo que estoy bien güey llegué a este punto de felicidad en la vida. Comencé por las cosas buenas, tener salud, alimento, un techo sobre mi cabeza y energía para hacer las cosas, continúe por los golpes que la vida me ha metido y otros tantos que inconscientemente consiente me metí yo, llegué a la conclusión que en todos los casos el determinante para salir o adentrarme más en una situación fui yo misma, así que me di nuevamente una vuelta por uno de mis libros favoritos: “Me vale madre” del aclamado autor Prem Dayal, el cual tuve honor de escuchar en una conferencia (No solamente escuchar, le grité a media conferencia: «¡te amo!») y llegué a una sección que me ayudó en esta interrogante que no me dejaba de dar vueltas en la cabeza, esta sección titulada “El poste de luz no crece” nos propone la idea de que no podemos cambiar las cosas sin vida, tal cual un poste de luz no puede crecer, así como una lavadora no puede evolucionar, solo las cosas con vida y conciencia (o sea, nosotros, los humanos) podemos evolucionar, claro, tanto para bien como para mal. Así que llegamos a la parte interesante: ¿cuál es esa cosa mágica que nos hace evolucionar? Resulté sorprendida por la más simple y correcta respuesta del mundo: las máscaras. Sí, en verdad, no pude más que reír y notar que es cierto, son estas, las máscaras que al crecer nos vamos poniendo, ya sea por ego herido o por la impetuosa necesidad de modificarnos para “encajar” en un lugar que tal vez no estábamos ni destinados a estar. Claro, uno forja su propio destino a libre albedrío, pero qué tal que la vida nos tenía preparado un delicioso pastel de vainilla, y por no sentirnos extraños nos pusimos esta mascara de «¡Adoro el pastel de chocolate!», y no nos toca más que una miserable rebanada de un sabor que no nos va a dejar satisfechos y tal vez ni siquiera felices. Claro que esto no quiere decir que si somos felices golpeando a todo el que se nos cruce, eso es lo que deberíamos de hacer, todo en esta vida es válido, siempre y cuando no afectes de manera consciente y premeditada a los demás.
Entonces, si yo quisiera ayudar a alguien, primero debo ver cómo me ayudo a mí misma. Tenemos dos formas de aprender en esta vida: a base de golpes o tomando la experiencia de los demás; ya que yo aprendí a base de golpes, aprenderé de la experiencia más valiosa en mi vida, que soy yo misma. Con base en mi propia experiencia he creado un pequeño programa al más puro estilo AA, al cual pienso recurrir en los días malos y es algo mas o menos así:
Paso 1: “Esto ya valió madres”
Estoy intolerante, enojada, frustrada, ya no sé ni quien soy y no se ni qué tengo, pero sí sé que no estoy contenta, así que lo primero que tengo que hacer es una evaluación en la que efectivamente me di cuenta que dejé de ser esa persona que se amaba y era feliz sin importar qué podría afectar en su paso, día a día, así que si reconoces que tienes un problema pero no todo está perdido, ya diste el primer paso al cambio, lograste llegar a lo que algunos llaman “tocar fondo” y no hay más que ir hacia arriba.
Paso 2: “Y ahora qué hago”
Bueno, ya me di cuenta que no soy feliz, ¿y ahora qué hago? Lo primero que debemos hacer una vez que tenemos este hermoso regalo de la conciencia es hacer una evaluación con nosotros mismos de la manera más imparcial del mundo: qué hice, qué no he realizado, y qué puedo cambiar sobre mí, mi actitud, mi situación general y qué definitivamente no puedo cambiar, ya sea por miedo, necesidad o simplemente por falta de ganas, porque sí, a veces estamos tan cansados que no nos dan ni ganas de echarle todos los kilos a la situación.
Paso 3: “Manos a la obra”
Ya sé en que nos equivocamos, en qué no somos felices y a quién dañamos, ahora que nos dimos cuenta de todo lo malo es hora de concentrarnos en lo bueno que sí tenemos: lo más preciado que Dios, Buda o el universo nos pudo dar, que es la vida misma. No hay problema que se pueda resolver en la muerte, así que concentrémonos en que tenemos vida para cambiar las veces que sea necesario las cosas que no nos gustan, empezando antes que nada en nosotros mismos. Quítate las máscaras de quién no eres y ámate tal y como eres, con lo bueno y lo malo, y moldéate con tanto amor y paciencia como los más grandes escultores del mundo han hecho con sus maravillosas obras, interésate por escuchar historias de las demás personas, aprender de las experiencias de los demás no es fácil, pero hacerlo es una manera muy sencilla de evolucionar, según nos presentan algunos grandes pensadores, ya sea que te unas a una comuna hippie, leas un libro, platiques con ancianos o simplemente veas una conferencia en internet, el apoyarnos directa o indirectamente en las personas que han podido dar un pasito más adelante de sus problemas nos abre panoramas y nos da un respiro ante la frustración que tenemos, y nos ayuda a aceptar las cosas de la manera que son.
Paso 4: “El espejo en mi vida”
Me ha pasado una incontable cantidad de veces que veo a una persona y de inmediato hago prejuicios sobre si me va a caer mal o bien. Recordando que la vida no es más que un espejo de lo que estamos viviendo, empiezo a evaluar de una manera personal qué me gusta de esta persona, qué me gusta también de mi, qué me disgusta de esta persona que relaciono con actitudes mías que no me gustan. Si tomamos en cuenta que todo en esta vida es personal, muchas veces la gente hace cosas que nos perjudican, pero es importante ponernos el saco en lo que nos queda y lo que no, ninguna verdad es absoluta.
Paso 5: “Me perdono y te perdono”
¿Por qué es importante perdonar a los demás? Esto no es un acto que nos convierte en Dios misericordioso concediéndole a la gente la paz que tanto anhela, sino todo lo contrario: dicen que la ira es el castigo que nos autoimponemos por las acciones de otra persona, así que por qué voy a permitir que las acciones de otro ser humano me afecten, sobre todo cuando cabe la posibilidad que solo seamos un espejo de lo que ellos odian. Entonces, ya superamos la primera parte y la más fácil, que es perdonar a los demás, ahora viene la parte complicada: perdonarse a uno mismo. Sí, así es, no somos monedita de oro para caerle bien a todos, y aún más complicado es vivir tranquilos con la idea de que no somos perfectos, dicen por ahí que solos llegamos y solos nos vamos, entonces por qué no empiezo por llevarme bien con la única persona que tendré toda mi vida que soy yo mismo. Cuando vas en el coche con un amigo y pone esa música nefasta que tú odias, te quedas callado y te pasas sonriendo los 3 minutos de tortura auditiva en la que estás, por el simple hecho de que sabes que así es tu amigo y lo quieres por como es, qué pasaría si amaramos esos 3 minutos de tortura auditiva que representamos en nosotros mismos como si fuéramos nuestro amigo. Tú puedes ser tu mejor amigo o tu peor enemigo, pero al final del día eso es algo que tú tendrás que decidir. En la vida siempre nos toparemos con cosas buenas y malas, pero así es la vida y si quieres disfrutarla en vez de padecerla, levántante, sonríe y chíngale, que no sabemos cuánto tiempo más nos dure.
Disfruta de la vida lo más que puedas, valora lo que tienes y añora las cosas que quieres, aprende lo que puedas, y si no puedes ayudar a alguien, por lo menos no lo perjudiques; en lugar de hacer ese chisme, ponte a ver que puedes cambiar sobre ti mismo, quítate las máscaras, acepta las cosas tal cual son, y si no estás cómodo, cambia, muévete, pero nunca dejes de evolucionar.
“Que cada uno de tus actos, palabras y pensamientos sean los de un hombre que acaso en este instante, haya de abandonar la vida”.
-Sócrates