Por Marco Antonio Martínez
Colocar la ofrenda de Día de Muertos es una tradición ancestral, un ritual que nos conecta con aquellos seres queridos que ya se encuentran en el Más Allá. Es un acto sagrado y a su vez profano, por el simple hecho de ofrendar a nuestros muertos, a los que recordamos y con los que compartimos el pan, la sal, las frutas, el agua, los dulces (para los niños), el vino y cigarros (por si le gustaban o hayan tomado el vicio en el Inframundo), y por supuesto no deben faltar los platillos favoritos del difunto.
Es un convite a nuestros muertos que nos permite mantenernos cerca de ellos, de dialogar con su recuerdo, con su vida, con las experiencias compartidas. Pero, además, es un rito cargado de sincretismo prehispánico y religioso, en donde algunas aportaciones europeas son flores, ceras y veladoras, mientras que los indígenas le agregaron el sahumerio purificador, la comida y la aromática flor de cempasúchil.
Una ofrenda de Día de Muertos es vistosa por los colores de las flores, las calaveritas de dulce y el papel picado; de un aroma particular por la mezcla de los perfumes de la comida, el incienso, el copal y de nuevo las flores. Recordamos a nuestros difuntos y compartimos con ellos, por ello, cada año en miles de familias y cientos de lugares de México se reaviva esta tradición.
Para que una ofrenda de Día de Muertos lo sea, debe tener varios elementos esenciales, como son las flores de cempasúchil que en esta época florecen, la sal, el agua, las veladoras, el incienso y el copal, entre muchos otros; todos ellos con un significado, historia y misticismo, por ello forman parte de esta festividad. A continuación, enlisto esos elementos y su significado:
El agua. La fuente de la vida, se ofrece a las ánimas para que mitiguen su sed después de su largo recorrido y para que fortalezcan su regreso. En algunas culturas simboliza la pureza del alma.
La sal. El elemento de purificación, sirve para que el cuerpo no se corrompa, en su viaje de vuelta y en la espera para el siguiente año, también para ponerle más sabor a la comida por si no es de su agrado.
Velas y veladoras. Antiguamente se utilizaban rajas de ocote, actualmente se usa el cirio en sus diferentes formas: velas, veladoras o ceras. La flama significa “la luz”, la fe, la esperanza. Es una guía, con su flama titilante, para que las ánimas puedan llegar a sus antiguos lugares y alumbrar el regreso a su morada. En varias comunidades indígenas cada vela representa un difunto, es decir, el número de veladoras que tendrá el altar dependerá de las almas que quiera recibir la familia. Si los cirios o los candeleros son morados, es señal de duelo, y si se ponen cuatro de estos en cruz representan los cuatro puntos cardinales, de manera que el ánima pueda orientarse hasta encontrar su camino y su casa. Aparte también existen las velas de ramo y las escamadas, éstas pueden ser llevadas por familiares, amigos o vecinos como detalle de solidaridad.
Copal e incienso. El copal era ofrecido por los indígenas a sus dioses ya que el incienso aún no se conocía, este llegó con los españoles. Es el elemento que sublima la oración o alabanza. Fragancia de reverencia, se utiliza para limpiar el lugar de los malos espíritus y así el alma pueda entrar a su casa sin ningún peligro.
Las flores. Son símbolo de la festividad por sus colores y estelas aromáticas. Adornan y aromatizan el lugar durante la estancia del ánima, la cual al marcharse se irá contenta; el alhelí y la nube no pueden faltar, pues su color significa pureza y ternura y acompañan a las ánimas de los niños.
En muchos lugares del país se acostumbra poner caminos de pétalos que sirven para guiar al difunto del camposanto a su casa en donde está la ofrenda y viceversa. La flor amarilla del cempasúchil deshojada ilumina el camino, además, el olor traza la ruta a las ánimas para que no se pierdan.
El petate. Entre los múltiples usos del petate se encuentra el de cama, mesa o mortaja. En este particular día funciona para que las ánimas descansen, así como de mantel para colocar los alimentos de la ofrenda.
El izcuintle. Perrito izcuintle en juguete, el cual no debe faltar en los altares para niños, para que las ánimas de los pequeños se sientan contentas al llegar al banquete. El perrito izcuintle, es el que ayuda a las almas a cruzar el caudaloso río Chiconahuapan, que es el último paso para llegar al Mictlán, que en la mitología mexica es el nivel inferior de la tierra de los muertos.
El pan. El ofrecimiento fraternal es el pan. La iglesia lo presenta como el “Cuerpo de Cristo”. Elaborado de diferentes formas, es uno de los elementos más preciados en el altar.
El gollete y las cañas se relacionan con el tzompantli. Los golletes son panes en forma de rueda y se colocan en las ofrendas sostenidos por trozos de caña. Los panes simbolizan los cráneos de los enemigos vencidos y las cañas las varas donde se ensartaban.
Otros elementos
Con el paso del tiempo se han agregado otros objetos que se han vuelto esenciales para recordar y ofrendar a los fieles difuntos, entre ellos encontramos:
El retrato del difunto, que refiere el ánima que nos visitará, pero este debe quedar escondido, de manera que solo pueda verse con un espejo, para dar a entender que al ser querido se le puede ver pero ya no existe.
La imagen de las Ánimas del Purgatorio, para obtener la libertad del alma del difunto, por si acaso se encontrara en ese lugar; para ayudarlo a salir también puede servir una cruz pequeña hecha con ceniza.
Pueden colocarse otras imágenes de santos, para que sirvan como medio de interrelación entre muertos y vivos, ya que en el altar son sinónimo de las buenas relaciones sociales. Además, simbolizan la paz en el hogar y la firme aceptación de compartir los alimentos como las manzanas, que representan la sangre, y la amabilidad a través de la calabaza en dulce de tacha.
El mole con pollo, gallina o guajolote, es el platillo favorito que ponen en el altar muchos indígenas de todo el país, aunque también le agregan barbacoa con todo y consomé. Los platillos en honor de los seres que nos visitarán son para darse un banquete, ya que es una fiesta que hay que festejar.
Chocolate de agua. La tradición prehispánica dice que los invitados tomaban chocolate preparado con el agua que usaba el difunto para bañarse, de manera que los visitantes se impregnaban de la esencia del difunto.
Las calaveras de azúcar medianas son alusión a la muerte siempre presente. Las calaveras chicas son dedicadas a la Santísima Trinidad y la grande al Padre Eterno, también se colocan dulces de alfeñique como la paloma que representa el alma, el borrego al cordero que fue ofrendado, las flores semejan a la naturaleza y perfuman el espíritu.
A veces se coloca un aguamanil, jabón y toalla por si el ánima necesita lavarse las manos después del largo viaje.
El licor es para que recuerde los grandes acontecimientos agradables durante su vida o por si agarró el vicio en el más allá… uno nunca sabe.
Una cruz grande de ceniza, sirve para que al llegar el ánima hasta el altar pueda expiar sus culpas pendientes.
El altar puede ser adornado con papel picado, con telas de seda y satín donde descansan también figuras de barro, incensario o ropa limpia para recibir a las ánimas.
Con todos estos elementos montamos una ofrenda o altar que puede llegar en ocasiones a ser hasta una escenografía, en donde se sientan a gusto nuestros muertos, que llegan a beber, comer, descansar y convivir con sus familiares, pero en Huaquechula a los visitantes los invitan a pasar a comer porque es su creencia que lo hacen con su ser querido. Por eso y más sigamos conservando esta tradición milenaria.
Espero que les haya gustado a mis apreciables lectores, si gustan compartirme alguna historia amena de su comunidad o hacerme algún comentario, pongo a su disposición el siguiente número de WhatsApp que es el 22 25 61 95 41 o me pueden enviar un correo electrónico a la cuenta de marco_anthony@hotmail.com Estoy a sus órdenes para quien guste un recorrido por sitios turísticos de interés de Puebla, se despide de ustedes su humilde servidor.