Bajo la lluvia, el sol o el cielo nublado, decenas de parejas llegan al centro de Puebla para pasar un rato agradable hasta donde su pudor se los permita.
Posiciones que uno nunca se imaginaría encontrar en plena luz del día y mucho menos en un sitio público como lo es la gran casa de Dios, se observan todos los días en la catedral de la capital poblana.
No se trata de una lucha, pero sí de roces y lo que le sigue. El ideal de aquellos que aún viven con sus padres no es alcanzable para todo el mundo, por lo que muchos se tienen que conformar con “el arrimón”, en aquellos lugares donde hay tanta gente, que pasan desapercibidos, donde pueden fundirse con el mundo, para ser un solo fantasma invisible.
Chicas acostadas en las piernas de los chicos, chicos costados en las piernas de las chicas, dos cuerpos que parecen uno solo y muchas palabras que no alcanzarías a escuchar, aunque estés a un metro de ellos.
Cuerpo a cuerpo
Tomados de la mano, llegan desde una de las esquinas del zócalo para lidiar con la alta barda que rodea la catedral. Seguramente uno estará sudando, se les nota el nerviosismo, da la impresión de que, si alguien los ve, saldrán corriendo inmediatamente.
Un chico espera por más de veinte minutos mientras se arregla el cabello, se alisa la camisa y ve detenidamente sus zapatos lustros en búsqueda de algún imperfecto. Entonces, se acerca una muchacha sonriente, que mientras revisa su celular, levanta la cara como para asegurarse de algo, y finalmente llega directo a los brazos del joven.
Esperar nunca fue tan satisfactorio para él, al menos así parecía, puesto que mientras la joven trataba de alcanzar la barda de catedral para sentarse -por más de 5 minutos- el chico sólo observaba desde atrás con una sonrisa en el rostro.
Mientras tanto, otras siete parejas están demasiado ocupadas con la fisionomía del otro para percatarse de que dos patrullas de la policía municipal arribaron frente a ellos para hacer entrar a un joven al coche después de que su boca expidiera un humo que no precisamente olía a tabaco.
Algunos se mueven como con convulsiones eléctricas, otros permanecen abrazados por más de diez minutos en una posición que seguro es incómoda para ambos, pero nadie está dispuesto a romperla, unos cuantos sacan sus teléfonos para tomarse selfies.
Pero en lo que todos coinciden es que están, quizá, demasiado cerca uno del otro para el recato de las abuelitas. También demasiado cerca de una iglesia, o tal vez ese el punto.