1. El pequeño tiranuelo: Un niño regordete, de manos cortas y piernas enclenques, corre por el jardín con la boca percudida de chocolate, desde sus calcetines con rombos hasta la cintilla del overol, están impregnados con lunares de caramelo. A pesar de apenas ajustar los cinco años, el niño es un dolor de cabeza para los padres, un dictadorzuelo que da órdenes y si no son atendidas de inmediato, revienta en sollozos y gritos obteniendo por medio del berrinche todas sus demandas, que la mayor parte de las veces son innecesarias, más bien lujos derivados del capricho. El infantil tiranuelo somete a sus padres. De sol a sol son convertidos en los esclavos de ese pequeñito ser humano que, por hábito o por practicar el terror psicológico, ha logrado apoderarse de cualquier calma hogareña, propiciando el caos y la tempestad diurna y nocturna. Es un déspota no tan ilustrado, un manipulador innato, un ladronzuelo de la tranquilidad mental. Sus peticiones van desde juguetes nuevos, hasta cucharas untadas de Nutella en su pan de media tarde, también exige salir a pasear a la hora que resulte más conveniente. Aunque gusta de prácticas excéntricas, por ejemplo, nadie puede detenerlo si grita como un desquiciado por toda la casa mientras tunde con fuerza una cazuela metálica. También le place arrastrarse en el lodo, comer golosinas todo el día, y a veces, rellenar un pequeño bote con hormiguitas rojas e ir a vaciarlas a la cama de los padres, le gusta verlos saltar por los piquetes. Algunas veces le complace ser artista y rayar las paredes con plumón indeleble con consignas de odio; o hacer esculturas con los platos encimados unos sobre otros, poniéndole a cada uno el nombre de un país, hasta que por algún tipo de performance decida derrumbar la montaña de trastos, y al fin pueda ver saltar los pedazos de vidrio por la sala y el comedor. Pero esto es sólo parte de algunos de sus gustos excéntricos. Tampoco tiene horarios para dormir ni acepta reglas definitivas, no le gustan ni respeta los contratos. El tiranuelo se ha apoderado de la voluntad de los progenitores, ha salido victorioso en la guerra contra la subordinación paterna, él es quien manda no ellos.
Su última hazaña fue querer construir un muro que dividiera la casa de los padres para evitar que lo molestaran. Su reinado lo ha conquistado con apenas cinco años, es el emperador del hogar, el monarca absoluto. Es evidente que abusa de su poder, pero de ese poder que le han conferido unos padres con poca voluntad. Aunque pareciera ser un demonio con demasiada inteligencia, en realidad no lo es, porque es un niño inconsciente, un pequeñito tirano que ha perdido los estribos, que se ha subido a la última escalera de su casa, para dominar desde ahí, a quien se deje y se ponga en su camino.
2. El emperador fifí va desnudo: Esta es la famosa historia de Hans Christian Andersen que narra el excéntrico gusto de un emperador por los trajes costosos, gozando el privilegio de tener un vestuario distinto para cada hora del día, y de quien en vez de decirse el emperador está en el consejo, se decía “El emperador se encuentra en el vestidor”. No hace falta recordar toda la trama, sólo que el superficial hombre, dejándose guiar por su ego antes que por su razón, decide pagar a dos embusteros extranjeros para que diseñaran un traje con una virtud especial, una que “volvía invisible la prenda a toda persona que no fuera apta para su puesto, o que fuera muy estúpida”. El emperador mandó a varios de sus subordinados a revisar el trabajo de sus costureros, y en realidad no lograban ver en el telar traje alguno, pero temiendo ser tratados como tontos o perder su trabajo, aseguraron ver en aquel recinto la tela más bella y los hilos de oro más finos. Terminando por completo el traje del emperador, los embusteros corrieron a mostrárselo y él también junto a toda su corte fingían y se deshacían en halagos al ver el inexistente traje. Confiando en su propia estulticia, así fue como el emperador decidió salir a caminar entre el pueblo, para mostrar, como el déspota que era, su costoso traje. Todos lo alababan hasta que un niño, señalando asertivamente, gritó, “pero si no lleva nada, el emperador está desnudo”, a lo cual el pueblo entero y los subordinados del rey sorprendidos, asintieron.
La historia que no contó Hans Christian Andersen es lo que pasó después de semejante vergüenza pública, cuando el rey regresó a sus aposentos y se dio cuenta que la promesa de llevar el mejor traje fue incumplida para su pueblo; envilecido por haberles fallado, decidió organizar una fiesta tan sólo para él, su gente de confianza y los ricos del pueblo, convocando también a los voceros que llevaban y traían noticias fuera de la corte para que se divulgará la buena nueva: ahora sí el rey mandaría a hacer un traje muy costoso para vestir en su fiesta privada, y los nobles del pueblo —que no son tan pueblo—, podrían atestiguar en vivo la gran noticia: el emperador ya no iba desnudo, y como en el pasado que siempre había vestido el traje más costoso, en aquella “fiesta fifí” también tendría quién legitimará una vez más su posición de privilegiado.
3. El crecimiento de Ego: Un joven pueblerino se convierte en líder campesino. Su nombre es Ego M. Tiene nobles ideales que jura defender incansablemente. Organiza marchas, plantones, bloquea grita consignas, pregones, defiende los derechos de los trabajadores del campo y los pequeños propietarios rurales. Crece su popularidad. Se siente querido, amado por la gente. Un día, al conseguir un logro para el campo, un espontáneo grita: Ego es pueblo. Su orgullo crece. El partido aprovecha su empuje y lo nombra candidato a diputado. La campaña es incansable, suma voluntades, sonrisas, solidaridad, cálidos abrazos y apretones de mano, las mujeres lo llenan de besos; él colecciona miles de promesas y cosecha miles de votos. Consigue ser electo diputado con la mayor ventaja de su estado. Su vanidad crece. Habla y viste humilde, convence a las mayorías de representar con dignidad al pueblo. No cumple lo que promete, pero aprende a sacar provecho de la polarización, siempre defendiendo al oprimido, al campesino olvidado, luchador tenaz contra el pensamiento imperialista y la tiranía del mercado que todo lo aniquila. Crece su poder. Se convierte en candidato a la presidencia. Ego es pueblo, la gente vitorea en las calles y arrasa en las urnas. Llega a la presidencia. El pueblo lo ama y él ama que el pueblo lo ame. El crecimiento de su popularidad, orgullo, vanidad y poder, parecen no tener límites. El mundo ama a ese líder campesino de hablar y vestir humilde, que llegó caminando desde abajo, a ser presidente. Nacionaliza los recursos naturales, defiende al oprimido, al campesino olvidado, combate imperio y la tiranía del mercado. Se reelige. Hipoteca los recursos naturales para pagar leales clientelas. Hace negocios con el crimen, defiende al oprimido, al campesino olvidado, combate imperio y la tiranía del mercado.
La Constitución no permite otra reelección, pero la reforma y se reelige nuevamente. Gana. Crece la sospecha de fraude electoral. Crece el descontento. Disuelve el parlamento. Saca al ejército a las calles. Instala una dictadura. En su último instante de vida, antes de ser ahorcado en la plaza principal, crecieron sus sollozos, lamentos y súplicas, no pudo guardar decoro para emitir sus últimas palabras. Murió.
Con el tiempo, Ego fue olvidado.
4. El comandante tiene que morir a tiempo para no volverse dictador: La mañana que fue arrebatado por los cielos esa emblemática figura que redimía a la ciudad de sus antiguos demonios, fue de las más tristes para el pueblo. Con la muerte del comandante sucumbían también muchas esperanzas, gran parte de ellas populistas y defensoras de un anacrónico socialismo renovado, esas en las que la gente reaccionaría no creía. Sin embargo, la incertidumbre crecía durante todo el proceso patológico por el cual pasaba el líder de izquierda: los mercados internacionales respondían, el país que el comandante dejaba huérfano, ¿estaría más allá del bien y del mal de esos oscuros designios neoliberales, de la inflación y la crisis? En el momento en que murió oficialmente muchos sintieron esa añoranza cercana a la tristeza, una parecida de la cual Gómez Dávila escribía: “el hombre persigue el deseo y sólo captura la nostalgia”. El deseo de ser una patria menos pobre y más justa, de poner todas las esperanzas en un dios del populismo para que —ni tan de la noche a la mañana— pudiera devolverle al pueblo eso que otros gobiernos le habían robado. Llegado el día en que el comandante, tras catorce años de gobierno, dejó su último respiro en la sábana fúnebre, se cuenta que, levantando sus enormes y puras alas al paraíso y después cobrando la figura de un diminuto pajarito, fue a dar el mensaje a un maduro heredero de su gente de confianza para que fungiera como el siguiente líder de estado: la democracia es sólo cosa de mortales.