Por Julieta Lomelí Balver
Recuerdo con mucha nostalgia el lanzamiento de Messenger, sólo tenía 14 años. Mis padres no tenían internet, y entonces gastaba mis domingos en los cibercafés. Recuerdo que así fue como practiqué mi inglés y también aprendí un poco de francés, me hice amiga de mundos que ni siquiera imaginaba cercanos, pero que siempre quise conocer. Entonces me escribía con un japonés llamado Yusuke Yamasoto y con un francés del cual ya no recuerdo el nombre, me mandaban fotos de sus países, me contaban sobre su modo de vida, en lo que creían, y a la par yo les mandaba fotos de México. No quiero negar que a lo mejor si mis padres hubieran sabido las horas que invertía en convivir virtualmente con París y Tokio, hubieran reprimido mis viajes por Messenger por el riesgo de estarme comunicando y mandando fotos con algún pederasta internacional, sin embargo, nunca se enteraron, y lo hice así alrededor de dos años. A mí el internet me enseñó más que muchos libros. No exagero al decir que el internet me formó moralmente durante mi adolescencia, me quitó prejuicios que tenía con respecto a ese mundo que no era el mío, pero que, gracias a ese nuevo y maravilloso descubrimiento de la red, se volvió también mi mundo, y estaba ahí a unos clicks de esa computadora del cibercafé.
Por el internet me di cuenta que los musulmanes iban a la mezquita, los judíos a la sinagoga y que también era respetable ser ateo. Por el internet descubrí que los tatuajes no eran, como decían luego las señoras de mi cuadra, “de drogadictos”, porque recuerdo que también hablaba con un chico de Tijuana que se había rasurado la cabeza y por la webcam me mostró que tenía tatuado el cuero cabelludo con el águila y la serpiente de la bandera nacional. ¡Sí, un crack!
Ha pasado un largo tiempo desde mi adolescencia y sigo viendo en el internet más aspectos positivos que nocivos, quizá soy una optimista de la era digital y veo mucha libertad en un espacio en el cual somos más bien presos de la publicidad, el robo de la información confidencial y el belicismo de la opinología superficial. Puede ser que no me dé cuenta, pero mi optimismo por ese vasto cosmos de la red virtual está siempre entre mis temas, y aventurera, emprendo a ponerlo como ejemplo con los más jóvenes que yo, ellos que sí son nativos digitales. Hace unas semanas, en una conferencia que impartí en alguna escuela de arte, con la malvada intención de polemizar, se me ocurrió mostrar a los jóvenes estudiantes una diapositiva con dos fotografías. La primera, una rubia despampanante, voluptuosa y con sonrisa perfecta, con un ligero short que dejaba ver sus carnosas piernas y un top de tirantes, a la par de un pelo rubio iluminado por esa juventud que el sol de verano tiene la capacidad de resaltar mejor. La segunda foto, era de un hombre, igual de atractivo, musculoso, con nariz afilada, alto, de ojos grandes y almendrados, también decorado por esa belleza que en la juventud brota de forma salvaje y voluptuosa. Después de que vieron la foto, les pregunté qué pasaría si se encontrarán a esos dos perfiles, por ejemplo, en Tinder o en Facebook, ¿pensarían de ellos que pueden tener la capacidad de ser intelectuales o filósofos? La respuesta me impresionó, me contestaron varias cosas como que “a primera vista no parecen estar interesados en el mundo de los libros”, o que “es imposible que les importe la filosofía más que su físico”. A lo que yo insistía, no sin cierta extrañeza: ¿ustedes creen que ella por ser rubia y él por ser atractivo no pueden también ser capaces de volverse intelectuales? Me di cuenta de que me había topado con un prejuicio que ni siquiera el uso de las redes sociales, o el internet, habían tenido la capacidad de sublevar: el de la rubia que seguro siempre es estúpida y el del chico musculoso que es superficial porque se la pasa en el gym, ambos cuidando más su cuerpo que su mente y eso, pues… no es de pensadores.
La conclusión para esos estudiantes fue que para eso servía la filosofía, entre otras cosas, para acabar con los prejuicios de juzgar a partir de la apariencia física. Porque no toda mujer atractiva es boba, así como tampoco un hombre tatuado sería un bueno para nada. Les conté también que los filósofos griegos, si se planteaban llevar una vida con filosofía, se sentían también obligados a cuidar de su cuerpo, a ir al gimnasio, a verse atractivos no sólo por dentro sino también por fuera. En cierta medida esperaba otra respuesta de los alumnos, porque siempre había creído que las redes sociales y el uso del internet al promover la comunicación global, y al ser una herramienta que nos acerca no sólo entre generaciones, sino también, con amigos y conocidos de otras naciones, otros colores, otras religiones y circunstancias, podría también enseñarnos a ser menos dogmáticos y severos con nuestros juicios. Desde esa perspectiva, ¿por qué no pensar que la rubia voluptuosa podría ser no sólo una gran filósofa, sino también un bestseller?
Quizá la respuesta de los jóvenes veinteañeros fue un golpe a mi argumento optimista sobre las redes sociales y el internet. Quizá en el fondo el internet no vino a romper con los prejuicios ni a estandarizar los valores de tolerancia y fraternidad frente al otro. Quizá hizo lo inverso, reafirmar los prejuicios sexistas, reafirmar la dialéctica frente a la diferencia, queriendo asimilar toda comunicación por la voz unísona del más fuerte, del partido más poderoso, de la marca más vendida, de la apariencia más aceptada, de la tez de piel más preponderante. Quizá afirma los valores más capitalistas, la sublevación de la moral individual y de la rebeldía particular por la corrección política de la manada. Quizá solo muestra un respeto frente al prójimo que sólo es aparente, que se convierte en un producto para alardear, en una bandera de la tolerancia, del feminismo, de la lucha contra los popotes en el Starbucks, del sacrificado está en guerra contra el calentamiento global desde su Mac y consume celulares un año tras otro. Quizá sí, las redes sociales también vienen a cantar el himno de la paz, dientes para afuera. Quizá sí, yo era una más de esas divulgadoras falsas de la corrección política, de la apertura a otros mundos que no eran el mío, pero quería convertir en mío. Sin embargo, en la realidad, no quiero darme cuenta de que África no es un país y que, si entendiera cada una de las partes de ese continente, si tuviera real consciencia de los sitios más pobres de ese “país” que “no es un país”, entendería mi superficial optimismo acerca de las redes virtuales que nos acercan al mundo. Porque sí, en algunos lugares, ese mundo no es el nuestro, ese mundo no es el tema, este tema “privilegiado” del internet no es su mundo.
Sobre esta visión negativa del internet, escribe Byung-Chul Han, el extirpador de tumores de la época. El filósofo pesimista del mundo actual comenta en su libro, “En el enjambre”, que el internet ha provocado la pérdida del “respeto” frente al otro, de esa “mirada distanciada” que hoy, con el surgimiento de las redes sociales, desaparece. Dando paso más bien a “una mirada sin distancias, que es típica del espectáculo”, que confunde el mundo privado con el mundo público, porque se mezcla con los asuntos del poder y el chisme: “la sociedad del escándalo”. Donde la opinión se pierde en las vicisitudes de las habladurías, más que en el diálogo razonado sobre las políticas públicas. En lo que antes era esa comunicación transversal entre servidores públicos y ciudadanos. No, con la era del espectáculo parece haberse borrado esa frontera entre el gobernante, el congresista y el ciudadano. Los primeros que en algún sentido sí gozaban de cierta jerarquía del conocimiento, entendido como quienes tienen idea de cómo gobernar a los segundos, a los ciudadanos. Estos qye en un diálogo más vertical que horizontal, podrían exigirles a sus gobernantes el buen ejercicio del poder. Pero con el internet, y sobre todo con las redes sociales, siguiendo la crítica de Han, esta capacidad para dialogar de forma más seria sobre los problemas del Estado, se convierten en un circo donde los memes, la opinología de cuarta y la radicalización de las posturas entre derecha e izquierda, se mezclan entre ellos. Viendo nacer esta nueva clase de políticos que han perdido, no sólo el respeto, sino también la autoridad, al licuar asuntos personales en sus redes sociales con propuestas de campaña, banalizando cualquier posibilidad de plantearse el poder en serio.
Ese nuevo político que es muy inferior en actitud al que existía antes de las redes sociales, que tiene la posibilidad constante de escribir y publicar sus pensamientos que le vienen en la inmediatez y sin mucha reflexión previa, provocando ese gran escándalo en sus votantes y no votantes, contribuye así a la efervescencia de eso que Han llama “la exposición pornográfica de la intimidad y la esfera privada”. Donde la vida pública, ese circo en el cual, tanto la opinión polarizada y la comedia fomentada por la mezcla entre afectos, chismes y asuntos públicos, se convierte en una “shitstorm”. En una crisis de reputación que no sólo toca a las figuras de estado, sino también, considero, es una crisis que pone en entredicho el rigor y la seriedad de los ciudadanos y el peso de su opinión que emitan sobre determinado asunto. Porque cuando todos viven en el circo, ninguno se salvará de ser el payaso.
A pesar de este terrible mundo que plantean las redes sociales y el internet, yo siempre vuelvo a mi optimismo digital, a ese que, invirtiendo la idea de Han, no me parece una tragedia sino algo que puede más bien una puerta a la horizontalidad de las relaciones. Porque esa “pérdida de respeto” y de “la mirada que se distancia” frente al otro, puede ser también una posibilidad para el optimismo. Uno que expone el carácter de las nuevas generaciones, de esos jóvenes impetuosos que han entendido que es mejor agradecer lo aprendido que idolatrar. Más allá de desaparecer el decoro, y de buscar de nuevo, como lo propone Han, esa antigua “comunicación del poder que transcurría en una sola dirección, a saber, desde arriba hacia abajo», y que, en la actualidad, debido al influjo de la participación y la opinión generalizada se vuelve demasiado simétrica resultando “perjudicial al poder”. Hay que aprovechar esa horizontalidad radical como la posibilidad para que cada uno pueda influir en la construcción de la vida pública, de la comunidad y del estado.
Prefiero ver en el internet ese último hito de la igualdad, porque más allá de cualquier tema político, el internet es esa guerra ganada en la cual, usando las palabras de Han, pero en un sentido optimista: “cada uno es emisor y receptor, consumidor y productor a la vez”.
Todos podemos influir en igual medida en la construcción del futuro. Porque las redes sociales, para mí, más que transgredir el respeto, son una oportunidad para transgredir esa desigualdad, para romper con las relaciones verticales en donde siempre hay un amo y quien obedece a ese amo. Porque, y nuevamente utilizando las palabras de Han, pero no en forma de queja: “La destrucción de las distancias espaciales va de la mano con la erosión de las distancias mentales”. Aprender a usar esto a nuestro favor es nuestro reto, el reto de las próximas décadas.