El binomio que da título a este artículo menos frecuente de lo que se creería, pero cuando se da, ¡cuidado!, porque lo más seguro es que nos topemos con grandes obras que surgen de historias muy interesantes. Uno de los mejores ejemplos de esto fue el triángulo amoroso que sostuvieron el escritor estadounidense Henry Miller, su esposa, la bailarina Jane Mansfield y la escritora francesa Anaïs Nin. La historia de este talentoso trío inspiro varias páginas dignas de altos elogios.
Si no fuera por la mítica ciudad de París, esto nunca hubiera sucedido. Allí llegó Miller en 1930, huyendo de la gran depresión estadounidense y dispuesto a entrar en la bohemia intelectual de la capital francesa, con pocos resultados en su primer intento. Su entonces cónyuge, por quien el escritor había abandonado a su primera esposa e hijo, fue a alcanzarlo a la “ciudad luz” un año después, sin saber que estaba a punto de embarcarse en un arrebatador triángulo de pasión.
Anaïs, casada y con 28 años de edad, conoce al escritor norteamericano de 40 en una noche que recoge en una de las páginas más encendidas de sus diarios. De inmediato se hicieron amantes, pero, al conocer a Jane Mansfield queda igualmente seducida y no duda en iniciar una aventura con ella. El triángulo dura apenas un año, pues Jane es quien decide pedir el divorcio a Miller para regresar a Estados Unidos en 1932. Como muestra de la pasión que Nin transpiraba con esta experiencia, queda este fragmento de su diario:
“June es mi aventura y mi pasión, pero Henry es mi amor. No puedo ir a su casa y enfrentarme con los dos. Le digo a June que es porque temo que no sepamos ocultar nuestros sentimientos delante de Henry, y le digo a Henry que es porque temo no fingir bien delante de June. La verdad es que miro a Henry con ojos ardientes y a June con exaltación. La verdad es que sufro humanamente al ver a June instalada al lado de Henry —donde yo quiero estar— porque la intimidad entre Henry y yo es más fuerte que cualquier aventura.”
Al partir Jane, la relación de Miller con Nin continúa y la otorga a ambos la inspiración que tanto buscaban para crear. Obras como Trópico de cáncer (1934) y Trópico de capricornio (1939) de Miller siguen hasta el día de hoy formando parte de los más altos paradigmas de la literatura erótica. Por cuenta de Anaïs Nin, sus Diarios (1966) son vivo ejemplo de la profundidad que tiene el erotismo femenino cuando es despertado de la forma correcta.
La pareja literaria, desde luego, no duró para toda la vida. En 1939, Miller se muda a California y Anaïs decide regresar con su acaudalado esposo Hugh Guiler. A la distancia, sin embargo, ambos siguieron escribiéndose y alimentando en forma de palabras la pasión que los llevó al punto más alto de su creatividad. De la correspondencia de Miller a Nin, rescato este fragmento:
“Te quise cuando viniste a sentarte en mi cama – esa segunda tarde fue toda como una cálida neblina- y de nuevo oigo cómo pronuncias mi nombre, con ese extraño acento tuyo. Despiertas en mí tal mezcla de sentimientos que no sé cómo acercarme a ti. Ven a mí, aproxímate a mí, será de lo más hermoso, te lo prometo. No sabes cuánto me gusta tu franqueza, es casi humildad. Sería incapaz de oponerme a ella. Esta noche he pensado que debería estar casado con una mujer como tú. ¿O es que el amor, al principio inspira siempre esos pensamientos? No temo que quieras herirme. Veo que tú también posees fuerza, de distinto orden, más escurridiza (…)”
La relación erótico-literaria de Henry Miller y Anaïs Nin superó los límites del sexo. A pesar de la distancia, nunca renunciaron a entenderse. Quizás fue este su más grande amor.