Arturo Alcaraz Parra
La educación es el proceso de socialización de los individuos. Implica conciencia cultural y conductual donde las nuevas generaciones adquieren los modos de ser de generaciones anteriores. La misma deberá ser originada en casa y conducida por parte de los padres…
Como cada nuevo día con una precisión inglesa al marcar la hora indicada y sin mostrar la menor de las clemencias el despertador orgánico lo empujo de la cama presuroso para conseguir ser el primero en llegar a la también llamada “diosa de porcelana” por quienes en estado inconveniente suelen terminar ahí las parrandas hincados expeliendo lo ingerido durante la madrugada anterior. Una vez satisfecha la necesidad fisiológica descrita en el presente proemio se apresuró a dar seguimiento a lo tatuado en su ADN por parte de sus ascendientes; enciende el viejo calentador de agua, regresa al cuarto a sacudir y extender las cobijas utilizadas durante su pernoctar; descuelga el uniforme, lustra los zapatos hasta que relumbren como si fueran de charol, se lava la boca encargándose de enrollar el dentífrico correctamente del principio al fin del tubo; se ducha, coloca un poco de talco en pies, ingle y axilas, se viste y cepilla el cabello, da una última revista a su mochila escolar para cerciorarse que no olvida nada y de un solo movimiento la coloca en su hombro izquierdo. Abandona la habitación apagando la luz y evitando hacer el menor ruido posible para no despertar al Benjamín de sus hermanos que aún se encuentra descansando entre los brazos del mitológico Morfeo.
A medio vestir y con un delantal puesto tan extenso como sus pesares se encuentra preparando el desayuno del día. Mujer de amplias caderas y carácter fuerte que no permite ningún tipo de desorden en su cocina pues considera, es la parte más importante de la casa; conocedor de ello y del temple de su madre acelera el paso pues se encuentra con el tiempo encima. Ingresa dando los buenos días y apresurado saca del cajón lateral tres manteles que extiende sobre la mesa; los secundan los platos, las tazas y los cubiertos. Toma asiento y mientras le es servido el almuerzo por parte de su progenitora recibe por respuesta a su saludo una lista de cuestionamientos que podíamos llamar “de rutina”: ¿sacudiste la cama antes de tenderla? ¿Recogiste el jabón y el estropajo? ¿Trapeaste el piso al salir de la ducha? ¿Guardaste todas las tareas en la mochila? Recuerda que la vez pasada olvidaste llevarla y el maestro tuvo que llamarte la atención y no quiero más problemas ¡entendiste niño¡ Terminando sus alimentos, da gracias poniéndose de pie y lleva los trastes sucios al fregadero.
Juguetea un poco y realiza chiquilladas propias de su edad con las burbujas que frente al espejo se van rompiendo una a una mientras se termina de restregar nuevamente los dientes. Su jugueteo se ve interrumpido por el sonido de la bocina del auto que le recuerda que su padre lo espera impaciente para llevarlo al colegio. En la puerta principal de la casa con una pequeña lonchera metálica grabada con la figura del súper héroe del momento y en la que ha guardado las viandas que durante los treinta minutos que dura el recreo escolar ha de comer lo está esperando su madre, que, de forma fervorosa y apresurada lo toma de la cabeza y con la mano derecha lo persigna encomendando al todopoderoso su regreso al hogar un poco más tarde.
Sacude tres o cuatro veces el zapato derecho antes de subir al automóvil pisando el tapete de plástico que cubre los interiores de alfombra y tras ello repite el ejercicio con el botín izquierdo, toma su lugar y ajusta el cinturón de seguridad. No es necesaria una sola palabra la mirada penetrante de su padre produce en nuestro pequeño colaborador equisciente el mismo efecto que la más bravía de las ordenes dada por un general en batalla. Conforme avanza el auto la frecuencia en la radio sintoniza la narración de las noticias del día en voz de quien por más de tres o cuatro lustros fue la única expresión informativa en la ciudad.
-¡Papi! te acuerdas que el otro día te platique que en la tienda venden unos tarritos llenos de tamarindo que cuestan solo cincuenta centavos. Quisiera comprar uno para mí y otro para mi amiguita Chuchis; ya te había platicado de ella, la que es chaparrita con ojos grandotes como de capulín; los comeremos después del lunch para que no se nos hagan lombrices en la pansa. ¿Me regalas un peso?
-Debes saber que el dinero no se da en maceta y que me cuesta muchas horas de trabajo diario para poder conseguirlo honradamente por lo que en esta ocasión te daré el dinero que requieres, pero deberás ayudarme a lavar el auto el fin de semana para compensarlo.
Con cara de pocos amigos metió la mano a la bolsa delantera del pantalón para sacar el efectivo; ocupando al máximo la periferia de su mirada observo a su vástago sentado a su lado y sintiendo que el pecho se le abría en dos dibujó una gran sonrisa orgulloso de que su primogénito.
De un salto desciende del automóvil encaminándose al enorme portón escolar, mientras camina gira de forma sutil la cabeza para despedirse de su padre con una sonrisa y agitando graciosamente la mano derecha; en la izquierda aprieta con gran fuerza la moneda recibida y con la que es completamente feliz a sus escasos nueve años durante el tercer grado del curso regular en el año de 1983…
FIN
Durkheim define la educación como “la acción ejercida por los adultos sobre los jóvenes y niños”. En el entender de quien hoy les narra la educación y la formación son conceptos que van de la mano pero que son de carácter diferente. La educación debe ser inculcada en el hogar a los menores por parte de los padres; debe ser tendiente a crear en ellos el saber conductual, moral y cultural de la sociedad; mientras la formación la recibirán también en casa pero de igual forma fuera de ella, en la escuela, en la colectividad, en calle misma.