Y el mundo se cierra de nuevo
las fronteras traen el peligro a lo “seguro”
el mito del enemigo puesto en el extranjero
de las nubes sin oxígeno, no hay cura
sólo queda la noche saldada por la inmovilidad
de miles de almas silenciadas
Escribe Georges Gadamer: «La ciencia tiene, por su esencia misma, un carácter inconcluso o inacabado; la práctica, en cambio, exige decisiones en el instante. Y esta condición de inconclusión propia de toda ciencia experimental no sólo significa una exigencia legítima de universalidad, sino también que, además, esa pretensión de universalidad no podrá ser jamás alcanzada”. En este sentido las ciencias médicas, al menos en el presente, necesitan muchos más que seguir una serie de protocolos que han tenido eficiencia durante años, sino que también se habrán de tomar en cuenta un sinfín de situaciones ocasionales, no sólo alrededor de las patologías que trata, sino de la población en las que éstas se presentan, los recursos que se puedan destinar para su prevención, y los posibles medicamentos que puedan o no recetarse, dependiendo del paciente.
Por ello la medicina no puede prescindir del «saber» entendido como esa serie de prácticas inmediatas, de decisiones o indecisiones momentáneas que podrían ser clave para salvar o no una vida. Creo que la actual crisis sanitaria tiene mucho que ver con esta reconsideración de la medicina en su forma menos utópica, como esa ciencia que, si bien apela, o pretendería regirse por cierta universalidad, en cuanto a sus aplicaciones farmacéuticas, no lo puede lograr siempre, ya que a cada paso se encuentra limitada por trabas sociales, económicas, o las particularidades de cada enfermo, que le impiden tomar una decisión objetiva en todos los casos. A la medicina se le pueden exigir muchas cosas, pero resulta imposible pedirle neutralidad y objetividad en todos los casos que trata. La pandemia actual de SARS-CoV-2, desviste cualquier utopía médica, dejándonos claro que resulta imposible que una nación siga exactamente las mismas reglas que han servido en otras naciones para contener los contagios, y que incluso, hasta ahora no existe una estadística o predicción inapelable sobre lo que sucederá de aquí a una semana. Sí, el ejercicio de la medicina es todo menos puro y asertivo, ni tampoco es siempre justo o eficaz, porque dependen de uno de los ámbitos más subjetivos de la naturaleza: lo humano.
¿Quién imaginaría que un pequeño virus, el Covid19, invisible a los ojos, sería declarado, por jocoso que esto se escuché, como “enemigo de la humanidad”? Hasta hace una semana nos dimos cuenta de que la medicina esta vez no nos salvaría de inmediato, nos cercioramos de lo poco que conocemos a pesar de conocer tanto, y de lo difícil que será tratar con este minúsculo pero omnipotente virus, que se dispersa hasta por el lugar más recóndito del planeta, que se infiltra en Estados capitalistas, socialistas, y hasta en los países maquillados con el rubor de la democracia, que en el fondo son más bien dictaduras.
La pandemia que ahora nos aqueja, ha sido no sólo un reto enorme para las ciencias médicas y el sistema sanitario: nos ha quedado claro que el mundo se ha mostrado muy deficiente y limitado para ganarle la batalla a corto plazo. Sino que también, ha sido un reto social, económico y de psicología de masas. Ese monstruo invisible y de resultados impredecibles que significa el Covid19, ha puesto a ciudadanos y mandatarios a tomar decisiones de todo tipo, algunas muy estratégicas, otras, perdón, suficientemente llenas de estulticia como para no mirar hacia el futuro con temor. También ha orillado a millones de personas al pánico colectivo, mostrando lo peor de sí mismos, no solo por las irresponsables e individualistas compras de pánico, si no también, ha dejado ver el racismo imperante, la ignorancia y la incomprensión frente al “extranjero”, al “foráneo” que es el infectado, el enfermo, el que contagia. Sucesos terribles que involucran la ignorancia de las masas combinadas con pánico y racismo, han tenido como resultado agresiones con cloro y cosas peores a enfermeras, a hombres y mujeres diagnosticados con Covid19.
Pero el virus, también ha puesto a varias naciones, o mejor dicho a los científicos de varios países, a trabajar a contrarreloj para encontrar una vacuna que pueda inmunizar de una vez por todas a la humanidad: Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China se esmeran por demostrar quién sacará primero el antídoto no sólo contra el virus, sino también, contra la crisis económica en la que han caído incluso dichas potencias. La vacuna parece que también curará, dependiendo del país que logre la patente, los agujeros económicos que ha provocado en las carteras de sus ciudadanos.
Supondríamos que el afán de encontrar una vacuna lo más rápido posible, sería motivado por la urgencia humana de disminuir la tasa de mortandad en los adultos mayores, en personas con sistemas inmunodeprimidos, y en pacientes que, teniendo enfermedades previas, se vuelven aún más vulnerables ante el Covid19. Esa sería entonces la prioridad en estos momentos, la de salvar vidas, la de comprar insumos médicos, como, por ejemplo, ventiladores pulmonares, mascarillas para proteger a los profesionales de la salud, o incluso, construir hospitales ambulantes que atiendan la contingencia. Uno pensaría, en un mundo ideal, que lo más importante es salvaguardar la salud mundial, y rescatar, con el mayor número de recursos económicos disponibles, el inminente colapso de los sistemas sanitarios que afecta tanto a países desarrollados como pobres. O al menos ese debería ser el propósito en un mundo de pretensiones comunitarias. Uno que, desde 1945, después del terror de dos guerras mundiales, crearían instituciones como la ONU, para “mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias internacionales”. Derivada de esta idea de abogar por sociedades pacíficas y custodiar los derechos humanos conforme al derecho internacional, tres años después, en 1948, nacería la Organización Mundial de la Salud, con la firme idea de luchar porque todas las personas, sin importar raza o condición social, tuvieran derecho a la salud, como derecho irrefutable a todo ser humano: “esta aspiración hacia una mejor salud para todos, en todas partes, ha guiado el trabajo de la Organización desde entonces”.
A pesar de no tener aún controlada la pandemia del Covid19, es innegable el progreso en relación con la respuesta internacional, no sólo frente a las guerras sino también ante pandemias que han ocurrido en otros momentos. En conjunto con las naciones, la OMS ha realizado progresos impresionantes en muchas áreas que promueven la salud y el bienestar no sólo de países desarrollados sino también de naciones muy necesitadas. Sin embargo, y por desgracia, ni la ONU, ni la OMS representan los intereses económicos ni políticos de las naciones, sino que tan sólo salvaguardan -respetando la autonomía de cada gobierno- que dichos intereses no superen el derecho a la paz, a la vida ni a una salud digna.
Hay que reconocer que la nueva pandemia provocada por el SARS-CoV-2, es un enemigo común de todas las naciones, que ha cobrado miles de vidas y que, por primera vez, al menos desde que tenemos noción de un mundo con cierta solvencia científica, un mundo contemporáneo, es la pandemia que más devastadoras consecuencias internacionales ha tenido. Esta emergencia debería instarnos a buscar, primeramente, la contención del contagio, considerando el contexto, la infraestructura sanitaria y los medios particulares de cada una de las naciones. Y, en segundo lugar, la unión internacional, recursos compartidos para encontrar lo más pronto posible, y en equipo, una cura, una vacuna pensada más allá de cualquier interés económico y geopolítico, justo como lo hubieran supuesto aquellos hombres, que desesperados por un mundo hundido en las garras de la guerra, convocarían a la Declaración de las Naciones Unidas.
Nosotros también necesitamos recobrar la paz mundial, y para ello es urgente una vacuna que, en colaboración con un gran número de naciones, pudiera poner una tregua, de una vez por todas, a esta nueva guerra, en la cual el enemigo es un virus invisible. La estrategia: una colaboración internacional para encontrar una cura. El armisticio: que la medicina sea accesible, y gratuita, a todas las mujeres, hombres, niños y niñas del mundo. Sin embargo, esto, no deja de ser más que una utopía.