En Chignahuapan se celebra, año con año en temporada de muertos, el festival que hace honor a los difuntos a través de la vida. El ritual prehispánico representa las pruebas que el alma debe atravesar para llegar al Mictlán.
Este espectáculo es una interpretación rebosante de danza, y así los muertos que son recordados se llenan de vida y de luz.
Para entrar al Festival de la Luz y la Vida la gente se aglutina desde las 4 de la tarde, la mayoría de los que se adelantan son lugareños, los que ya saben-por años anteriores- que después de esa hora será imposible ver el espectáculo.
También hay aventureros, los que se meten a los canales de la laguna y sólo tienen 30 centímetros al frente y atrás o caer al agua. Y los que se suben por las ramas más delgadas de los árboles para alcanzar el punto con mejor vista.
Otros deciden atravesar el campo fangoso se hunden los pies hasta el fondo, ya no se ven sus zapatos y mientras tratan de no caer a la laguna.
El riesgo no es nada mientras el espectáculo es bueno, las más de 5 mil personas se tambalean y luchan por sentarse, pero al mismo tiempo descubren la maravilla de la danza y ritual prehispánico.
Aquellos que van a festival como tradición dicen que este año fue el ritual más largo, 1 hora y media de danza, teatro y fuegos artificiales.
La travesía de entrar y acomodarse fue la parte más complicada para todos, trepar por los tubos blancos y lisos de las bardas de protección a la laguna fue la solución más sencilla para quienes buscaban lugar y subían a los techos de las casas para ver en las alturas.
Si el Festival de la Luz y la Vida se midiera con impresiones, según la gente, lo mejor es el espectáculo de fuegos artificiales del final. Ahí el cielo se ilumina de colores mientras abajo, retumban los aplausos.