[su_heading]Sofía Ruiz [/su_heading]
La desolación que suele aparecer después de los desastres sigue recorriendo las calles del Centro Histórico de Puebla.
Con rostros apesadumbrados los comerciantes del centro de la ciudad caminan hasta sus puestos para encontrarse con caminos cerrados y llenos de escombros, imposibilitados de trabajar se detienen encorvados frente a ellos como quien va a visitar una tumba.
Los pocos transeúntes que atraviesan las calles se encuentran con flores y mantas sobre el suelo gris y rojo que, en un segundo, les cambia las caras al deducir que esa zona presenció una tragedia.
Hoy las calles están casi desiertas, el zócalo sólo es testigo de los brigadistas y voluntarios que están dispuestos a solidarizarse con sus compatriotas mientras los rezagos de la catástrofe se expanden lentamente hasta los corazones de las personas que lo presencian.
Los jóvenes se levantan para ayudar a los necesitados, sea como sea, dicen ellos, con lo que se pueda: botellas de agua, colchas, bolsas con víveres, botiquines de primeros auxilios o bien, manos para apoyar.
Así el terrible hecho que cobró la vida de 43 personas en el estado todavía nos rebasa en conmoción.