Por: Fredo Godínez.
El Feminismo o Movimiento Feminista, aunque es algo que viene de tiempo atrás, podríamos decir que ha marcado la agenda de los años recientes. Un movimiento que llegó con el afán de mover conciencias e invitarnos a darnos cuenta de que llegó el momento de cambiar las cosas.
Como toda acción e ideología emanada de la humanidad, tarde o temprano, termina reflejándose en el arte. Pues el arte -por naturaleza- es revolucionaria y transformadora. Las mujeres artistas no sólo han salido a las calles a marchar, también han recurrido al arte para buscar y construir nuevas formas y caminos de hacer/ver las cosas.
En el caso de la literatura, muchas escritoras han emprendido una lucha para reclamar el lugar que les corresponde y también -a través de la ficción o la no ficción- poner los puntos sobre las íes. De tal forma que, podríamos decir, está comenzando a conformarse un movimiento feminista en la literatura mexicana. Por un lado, tenemos a la escritora Socorro Venegas -actual Directora General de Publicaciones y Fomento Editorial de la UNAM- que ha impulsado la colección editorial denominada: Vindictas, que busca rescatar las voces femeninas relegadas de la industrial editorial de México; por otro lado, tenemos a Cristina Liceaga, quien a través de la página Escritoras Mexicanas ha buscado difundir la obra literaria hecha por mujeres; y bajo el mismo tenor se encuentra la poeta y narradora Esther H. García con su proyecto: Mapa de escritoras mexicanas contemporáneas, quien busca difundir y visibilizar por Ciudad y Estado a todas las escritoras que actualmente se encuentran generando literatura.
Bajo este contexto es que deben entenderse y analizarse muchos libros que actualmente se encuentran en las librerías de México, como es el caso de “La Hija Única” de Guadalupe Nettel (Anagrama, 2020).
En 240 páginas, la autora mexicana cuenta la historia de tres mujeres y las perspectivas que cada una tiene sobre la maternidad. Laura nos cuenta la historia de Alina (su amiga): una mujer que está por ser madre y a los ochos meses de embarazo se le informa que su hija no sobrevivirá al nacimiento; del otro lado está Doris (su vecina): una madre soltera que sostiene una relación compleja con su hijo; y en medio de todo, ella (la narradora): quien está convencida de no ser madre y tiene una lejana relación su propia madre.
La vida es cruel e intempestiva y a todos nos prepara lecciones. La vida es un viaje que inicia cuando el ser humano sale de la madre y llora por vez primera; a partir de ahí, uno vive una serie de pruebas que van definiendo y conformando nuestro carácter y personalidad. Y por ello, no es de extrañarse que las tres o cuatro mujeres que protagonizan la historia cambien las perspectivas que tenían sobre la maternidad (y las distintas formas de ésta) y la vida. Si la vida no es eterna y comienza a esfumarse al primer minuto, año con año; las ideologías (por muy duras que sean) tampoco lo son. Todo cambia y evoluciona: los pensamientos, las ideas, los sentimientos y el cuerpo.
Ni Laura, Ni Alina, Ni Doris son las mismas que cuando nacieron ni lo serán después de lo aprendido a través de las experiencias que se relatan en esta novela.
A la par que esta novela busca cuestionar el papel de la mujer ante la maternidad y la visión que se tiene de ella, también retrata a la sociedad mexicana contemporánea: una que se encuentra dividida y peleando sus propios infiernos, pero con energías para cuestionar el proceder de otros sin antes haber ejercido una autocrítica. De igual forma, plasma la importancia que ha tenido el movimiento feminista en México para transformar y empoderar a las mujeres en favor de una misma causa: la dignificación del género femenino en un país que día con día las menosprecia y las mata.
Y al fondo, como parte fundamental de todo, el pegamento que todo lo une, mejora y transforma: el amor en sus distintas versiones: amor maternal, amor amistoso; empatía por el otro. Las tres mujeres que protagonizan la novela logran salir avante gracias a un círculo de amor, amistad y empatía que existe o se construye a su alrededor. Nadie puede luchar contra todos los remolinos del mundo y sobrevivir sin apoyo. Todos necesitamos de alguien.
¿Y, notaron la otra magia? Hablo de tres mujeres protagonistas, pues ninguna historia está por encima de la otra, cada una tiene cierta independencia, pero al mismo tiempo explica y construye a la otra. Es también, entonces, una novela equitativa.
He leído en las redes que a Nettel le fallaron algunos detalles y por ello hacen a la novela inverosímil (tema de las becas y cómo vive de ellas). A mí no me hizo ruido, porque conozco personas que sí han logrado tener una vida así como la que tiene Laura.
Para mí, es una novela redonda y perfecta. No soy la clase de lector que llora con una novela (soy más visual para llegar al llanto), pero sí una persona que se emociona, empatiza y toma partido con los personajes. Y aquí no fue la excepción, hubo muchos momentos en los que coincidía con Laura, comprendí a Doris y sufrí con Alina.
No se necesita ser mujer para empatizar con ellas, sólo es cuestión de reconocerse en lo más profundo de los sentimientos, que allí es donde todos somos iguales. Y es que todos hemos sufrido, pero cuesta reconocerlo. Los hombres también somos víctimas del patriarcado, pero es complejo identificarlo, reconocerlo y denunciarlo.
“La Hija Única” de Nettel fue eso para mí y más, sin embargo, no es verdad absoluta; pues para cualquier persona que se acerque a la novela, puede significar y simbolizar otra cosa.
Vaya por la novela y emprenda el viaje, seguro, que como las protagonistas de la historia; saldrá avante, pero con una transformación muy importante.