Es 1982, la imagen que se proyecta es de una escuela primaria oficial vieja, fría, en la que los baños de hombres están pintarrajeados con todo tipo de leyendas “fábrica de churros el esfuerzo” o aquel clásico de “Si te gusta la pintura y tus dedos son pinceles…”.
Ahí pesa el oficialismo, son los tiempos duros del PRI, de Jolopo de Hank González, de la CTM, del Negro Durazo. La época en la que no ser priista es vivir en el error y serlo es todo un acierto. En Puebla los discursos largos y aburridos de Jiménez Morales.
Todos los lunes en esa vieja escuela se rinden honores a la bandera, una ceremonia larga y tediosa, en ese espacio los niños recitan frases o declaman en el micrófono ahí en el patio de la escuela o citan las efemérides semanales. En la escuela hay un mural de Miguel Hidalgo en la escalera principal, la pintura es horrible, porque, además, parece que ve a todos los niños desde cualquier ángulo. Si un niño se mueve a la derecha, los ojos del cura lo siguen, si se va a la izquierda, el Padre de la Patria lo juzga con su mirada.
Es el tiempo del PRI en el que pensar distinto es sinónimo de ser un fracasado.
Una maestra de segundo de primaria regaña a los más distraídos, a los que menos atención ponen en la clase. La maestra los humilla, no los golpea, pero sí los exhibe frente a los demás compañeros. “¡Burros!”, les grita en el salón porque no se aprendieron la tabla del 8. También están los bien portados, los que contestan todo, los que levantan la mano y participan en clase. Esos son los que siguen a la maestra en todo, si ella dice que es blanco, los bien portados responden que es blanco, si ella dice que es negro los bien portados dicen que es negro.
Así transcurren los días, humillando a unos, burlándose de ellos, recitando las frases de Ignacio Zaragoza: “las armas nacionales se han cubierto de gloria”, aprendiendo todo de memoria. La escuela vieja, polvorosa, con maestros que golpean con reglas a los que se portan mal o no siguen las indicaciones del profesor en turno.
Los demás niños actúan como dice el maestro, si él considera que un compañero suyo es un problema, para ellos es un problema, si el maestro dice que es un burro, los niños en coro dicen que es un burro y lo señalan con su dedo índice “¡Pinche burrito!”, ríen.
El profesor es como un Gran hermano orwelliano, un vigilante que pregunta cuánto es dos más dos y no es que la lógica matemática diga que es cuatro, es lo que dice el Partido. Exactamente, como en la novela de 1984.
Y ahí estuvimos todos en esa escuela primaria oficial y nos tocó jugar cualquiera de los dos bandos, el de los niños bien portados que repiten lo que dicen las autoridades, es decir el profesor de la clase, quien detesta a los distraídos, traviesos, platicones, a quienes les aburre ser los niños buenos del salón.
Es por eso por lo que hoy, la prensa nacional y aldeana nos seguimos comportando igual que en esa vieja primaria oficial, si la autoridad no le gusta algo y lo señala, los demás “compañeritos” actúan en consecuencia critican y hacen bullying al distraído, al “raro”, a quien no canta al mismo tiempo que los demás y desafina en el cuadro oficial.
Como en todos lados están los bien portados y los mal portados. Los que son exhibidos en público y los que son felicitados también por hacer bien las planas.
Los que levantan la mano para contestar atinadamente y los que quedan con la mirada en el vacío absortos de la realidad y el tiempo que pasa por frente de sus miradas.
No importa el tiempo en que se lea esta columna y la época que gobierne el partido que sea, habrá quien salga a repetir lo que opinan sus maestros y habrá quien en su íntima intimidad disienta porque sabe cómo es el maldito bullying en el salón de clases.