[su_heading]Sofia Ruiz [/su_heading]
Marcaste el día mundial sin auto en tu calendario porque es especial para ti, sabes que verás menos tránsito de coches en las calles y eso te llega a entusiasmar.
Esperas que este día sea diferente, que a los choferes se les ablande el corazón cuando se enteren que habrá muchos más como tú en las calles.
También, esperas que aquellos que se unan a ti en la vía conserven la compostura que se necesita para conducir un vehículo tan especial como este.
Quizá hasta pase por tu cabeza la ilusión de que algún día existan más adeptos a este medio de transporte, como en los países europeos.
Vas a recordar aquellas experiencias no tan gratas del trayecto diario para pedirle, antes de salir de casa, a tu santo devoto que no te vuelvan a pasar.
Recuerdas que cuando saliste por primera vez, creíste que el carril derecho estaría libre a tu paso, que si los conductores en su coche te veían se moverían 10 centímetros más a la izquierda.
La ilusión de las nuevas ciclovías se desvaneció casi inmediatamente las probaste por primera vez. Las pendientes constantes, el inclemente sol, los rezagos de caucho azul que parecen acomodados estratégicamente como para formar una pista de obstáculos y, a veces, las espirales innecesarias eran demasiado para ti cuando se trataba de velocidad.
Piensas en las páginas del libro que llevabas en la mano cuando se mojaron con la lluvia o incluso cuando los coches atravesaron los charcos de agua -que desde fuera parecían más bien lagunas- y te bañaron con barro la ropa aún a 15 minutos de tu destino, lo que seguramente te provocaría alguna enfermedad.
Definitivamente, sabes que la vida de un ciclista en una ciudad tan grande no es fácil, pero todavía deseas sentir el viento en la cara, detenerte a ver cómo transcurre el día para los demás e incluso ahorrar algo de dinero.