Es común encontrar en el cuarto de los tiliches, cajas llenas de cintas de video, etiquetadas con títulos como: final Chivas-América, los 3 años de Carlitos, los XV de Karlita, final de la novela tal. ¿Te suena conocido? Sin duda alguna, estas cintas llaman a la nostalgia, y las tenemos ahí guardadas esperando algún día tener tiempo para verlas de nuevo.
Las cintas de vídeo ya son historia, los más jóvenes apenas saben de qué se trata (si es que han llegado a ver alguna). Es más, incluso el DVD se ha convertido ya en cosa del pasado. Aun así, hay toda una generación, sobre todo los que fueron jóvenes en los años ochenta y noventa, que creció con esas cintas y con ellas se aficionó al cine, al cine en casa, algo que ahora, en la época del streaming, parece muy normal pero que entonces era todo un descubrimiento.
Muestra de este extrañamiento es la aparición del libro, «El almanaque del vídeo. Historia gráfica y oral de la era del videoclub», de Xavi Sánchez Pons (Barcelona, 1976), uno de esos nostálgicos confesos de aquel sistema de reproducción audiovisual, que reinó en los hogares del mundo desarrollado a finales del siglo pasado.
La cinta de vídeo fue un fenómeno importante en la cultura popular de finales del siglo pasado. Por una parte, supuso una primera herida al negocio del cine con la disminución de público en las salas; por otra, un buen negocio por la venta de películas en el nuevo formato. Sin olvidar la aparición de los llamados videoclubs, en realidad comercios dedicados a la venta y/o alquiler de películas en formato vídeo.
Como bien relata el libro de Sánchez Pons, el videoclub es para muchos un elemento esencial de esa nostalgia que los alimenta. La tienda donde se abastecían de películas, a menudo un pequeño comercio de la colonia -aunque también surgieron grandes cadenas-, era para algunos sobre todo un lugar de encuentro, una suerte de club social, un centro de formación cinéfila.
El libro repasa el nacimiento, vicisitudes y caída de los diversos sistemas de vídeo doméstico (Beta, VHS, 2000) así como la guerra que se entabló entre estos y entre las diversas compañías que los fabricaban.
Además de una cronología de datos bastante pormenorizada que detalla la historia del video doméstico, el libro de Sánchez Pons ofrece, a modo de historia oral, la visión de algunos protagonistas, como editores y distribuidores de películas, directores y dependientes de videoclubs, coleccionistas y otros aficionados que añaden a la información su relato más personalizado del fenómeno y numerosas anécdotas. Pero hay otro aspecto a destacar de este almanaque, su numerosa documentación gráfica, que gustará al club de nostálgicos y permitirá también a quienes no alcanzaron a conocer el fenómeno hacerse una idea visual de lo que era.
Con información de La Vanguardia