Más allá de filias y fobias, de si nos gusta o no el resultado de la elección a nivel estatal, si nos conviene o no el resultado final, de si es que procede o no el recurso de anulación que ya promovió Morena, hay dos cosas que no se están haciendo y son las más importantes: operación cicatriz en primer lugar y, en segundo, autoevaluación con un alto nivel de autocrítica de todos los partidos (incluso Morena).
Empecemos por la segunda parte, la autocrítica: todos perdieron.
Y al decir “todos” es todos. Sí, Martha Erika Alonso ganó la gubernatura, pero los candidatos a senadores, diputados federales y locales, así como los ayuntamientos más importantes por el número de personas que gobiernan se fueron a la basura, pues no le favorecerán.
No nos vamos a meter en temas que expliquen si fue legal o no el triunfo de la señora, ya que ese es asunto del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación. Esperamos su resolución aunque, en primera instancia, ella es ya la gobernadora electa.
Pero, ¿y los demás? Se subieron a la idea de que su patrocinador o jefe del grupo morenovallista les iba a resolver sus problemas. Sus campañas de mala calidad en redes sociales no sirvieron para nada: un(a) candidato(a) con fotos en Instagram saludando a un grupo de viejitas en el mercado Xonaca, por ejemplo.
¿A quién carajo se le ocurrió que el Instagram, el cual sirve para ver muchachas en lencería, relojes, autos, comida, discos, artistas, debe servir para ver candidatos? ¿No entienden que los ciudadanos están cansados de los políticos?
Pero esa crítica va para el PRI también. Y de la chiquillada: PVEM, PANAL, PVEM, PSI, Compromiso por Puebla y Movimiento Ciudadano mejor ni hablamos.
Las redes sociales sirven también como medio de denuncia, no para promocionar sujetos que sólo en su casa los conocen.
Ninguna campaña local (incluida la de Morena) tuvo algo distinto. Quizá la de Claudia Rivera, que nos sorprendió con sus videos interactivos para Facebook y su discurso más fresco como deportista.
Las campañas locales estuvieron diseñadas en la mente de alguien que no vio que esta elección era presidencial y que o se apuntalaba al candidato a gobernador por Morena o se preparaba un dique de credibilidad social para detener el tsunami que había creado Andrés Manuel López Obrador.
Las estrategias de campaña a nivel local estuvieron mal diseñadas, mal planeadas y mal dirigidas. A Luis Miguel Barbosa, por ejemplo, nunca se le vio método, visión ni misión. Quizá (y perdónenme los simpatizantes de Morena, pero no estamos hablando de resultados finales) quien tenía más dirección fue la candidata del Frente.
En todos los casos, los candidatos estaban muy desconectados de sus posibles gobernados. Fue una campaña para sus estructuras, para el círculo rojo, para los de siempre. Esa fue y no otra la razón porque los resultados quedaron como quedaron.
En todos los casos fue una campaña sin nada innovador. No se proponía ningún cambio, ni siquiera cambio dentro del cambio. Fue muy lineal. Y no pueden decir lo contrario porque Guanajuato lo ganó un partido distinto a Morena y no creo que todos los habitantes de aquel estado del Bajío sean católicos y militen en el Yunque.
Así que la autoevaluación salió mal y no sirvió. Contrataron a cualquiera pensando que su influencia sería clave en detrimento de los candidatos opositores. No siempre se vive de administrar reputaciones.
Porque, de hacer una mejor campaña todos los partidos (incluido Morena), no estaríamos sufriendo balaceras dominicales ni peleas en hoteles, ni acusaciones de legalidad y legitimidad. Ni estaríamos enfrentados los ciudadanos en redes sociales por los resultados de la elección.
Se es o no se es.
Es urgente que cada partido (incluido Morena) haga su propia evaluación, porque los ciudadanos somos rehenes de sus arrebatos. Y, honestamente, es muy desgastante. Mientras a nivel nacional vimos a un José Antonio Meade, Ricardo Anaya y Jaime Rodríguez muy maduros, reconociendo el triunfo de López Obrador, en Puebla fuimos testigos de violencia, arrogancia, prepotencia (de todos los partidos) que genera hartazgo y termina en apatía.
Los medios somos los menos culpables de todo esto, aunque la consigna siempre será matar al mensajero.
Respecto a la “operación cicatriz”, es urgente limar asperezas, lavar los pisos de sangre, quizá lograr una amnistía de todos los bandos (con o sin razón) porque al final no vamos a llegar a nada. Que sea en los tribunales que se termine de definir el rumbo de Puebla pero ya, ahí muere.
Muchos dirán que es muy cursi esa propuesta, pero el desgaste es tal que puede ser peor sino se hace algo al respecto. Al parecer nadie del círculo rojo entendió que los ciudadanos (con o sin razón) ya sobrepasaron a las estructuras partidistas. Y como dijo aquel: benditas redes sociales.