Después de experimentar la inmediatez que el internet nos da, mucha gente ya quiere algo distinto, está agotada de tanta información virulenta. Personas de todas las generaciones anhelan una vida más simple, preinternet, donde incluso la privacidad y la desconexión total son un lujo que no todos nos podemos dar.
Paul, estadounidense de 50 años y redactora jefa de la sección de libros de The New York Times publicó “El catálogo de las 100 cosas que hemos perdido” para tratar de entender por qué no “vivía el momento” y otras 99 cosas que hemos perdido con internet, de momento solo disponible en inglés.
Este libro habla de sensaciones perdidas como “estar atento” a las cosas, sentimientos como el “aburrimiento” o incluso virtudes como la “paciencia”, pero también hay muchos objetos como la “enciclopedia”, el “teléfono en la cocina”, el “bloc con tarjetas de visita” o las “tarjetas de cumpleaños”.
Ojo, el libro no está escrito para lamentarse por un mundo que ha desaparecido, sino aspira a obligarnos a detener el ritmo para que nos preguntemos cómo hemos llegado aquí.
También pretende que entendamos que la tecnología no es natural ni inevitable. Y que puede habernos quitado o limitado cosas que estaban bien. Paul insiste en que las grandes tecnológicas son primero un negocio: “¿Quizá es algo que se creó para hacer un mundo mejor? No. Tenemos esa ingenuidad de que la tecnología está ahí para servirnos. Absolutamente no. Está aquí para vendernos cosas”.
Al trabajar con libros, Paul recuerda que al no escribir cartas no solo perdemos los fajos que conservamos en cajas de zapatos de cuando escribíamos hace años, sino los libros epistolares y los archivos de escritores o investigadores: “En el Times reseñamos al menos 10 libros de cartas al año. Llegas a ver una imagen distinta de alguien a través de sus cartas y eso está todo perdido. ¿Cómo será el futuro? ¿Darán la contraseña de su cuenta de Gmail?”
Uno de los capítulos se titula Desinhibición y Paul teme su desaparición entre los jóvenes: Reflexiona sobre cómo hubiera sido su adolescencia si hubiera tenido el temor constante de que cualquier error, patinazo o indiscreción hubiera sido recordada por internet para siempre. “Cuando yo era adolescente era muy insegura, si hubiera hecho algo increíblemente estúpido y me hubiera convertido en meme hubiera sido aterrador”, dice.
En lugar de leer el periódico el sábado por la mañana, ahora nos ponemos a consultar una red social donde miles de desconocidos o medio conocidos te gritan sus pensamientos. Paul cree que nuestros cuerpos no se han adaptado a las reacciones que nos pide el mundo de hoy: “Hay una especie de retraso, nuestros cuerpos y mentes no han atrapado este nuevo metabolismo”, dice.
Por ejemplo, cuando te enteras de que alguien no muy cercano ha fallecido. Pero luego te olvidas. Es un latigazo constante de atención emocional. Es agotador. Tenemos tantas reacciones emocionales porque hay tanto a lo que reaccionar que es difícil recuperarte al final del día”, dice.
Ahora, dice Paul, “llegar tarde está bien”. Ya no es descortés porque te da algo más de tiempo para estar a solas con tu móvil. Las cosas nuevas se entrecruzan y es complicado valorar la pérdida. Desde esperar a que saliera un disco o una película nueva o a que llegara la hora de la serie o del telediario (¡la paciencia!), al contacto visual, llegar tarde al teléfono y no saber quién era o a pasarse notas de papel en el cole.
El libro es un alud de nostalgia reflexiva con la intención de catalogar un mundo cotidiano que ya no existe y que no volverá.. No es fácil: quien quiera viajar sin celular debe casi renunciar a sacar fotos, llevar mapa, mensajes de urgencia (¿quién sabe números de memoria?) o billetes de avión digitales.
Y, para concluir, otra reflexión: “En internet nada se cierra nunca del todo”. Como los ex, que antes desaparecían de nuestras vidas y ahora siguen presentes por culpa de las redes sociales. El último capítulo del libro habla precisamente del cierre o conclusión, que con internet nunca es definitivo. El pasado siempre acompaña.
Con información de Los periodistas