No faltan en las fiestas y en casi ningún lugar donde haya comida y bebida, su presencia es la viva imagen del oportunismo y de inmediato se ganan un mote que suena a que pronto van a acabarse todo: ¡gorrones!
Vamos al ambiente universitario de la España del siglo XVI. Pensemos en la imagen del estudiante de aquellas épocas y veremos que sorprendentemente no dista mucho de la de ahora: jóvenes con el espíritu elevado, el cerebro inquieto y el estómago casi siempre vacío.
Desde luego, las oportunidades de procurarse alimento eran tan apremiantes que no se perdían de una sola reunión en que hubiera algo de comer y beber para asistir de inmediato. La indumentaria del estudiante de aquel entonces incluía dos elementos indispensables: una capa y un bonete o gorro que los caracterizaba entre los jóvenes que no asistían a ninguna cátedra, pues vestían de modo más discreto.
De este modo, en cualquier convite que se organizaba en la España de aquel entonces se veía a los entusiastas universitarios llegar en tropel y saludar quitándose la gorra para de inmediato lanzarse sobre los bocadillos. El apelativo les vino como anillo al dedo y ha sobrevivido casi 500 años, además de haber atravesado el Atlántico para anclarse en el español de México como un adjetivo básico. El diccionario de la Real Academia Española define la palabra como aquel «que tiene hábito por comer, vivir, regalarse o divertirse a costa ajena».