En esta insaciable competencia por nuestra atención parece imposible encontrar un momento de silencio. Todo alrededor es ruido. Ni siquiera nuestros hogares pueden recluirnos del bullicio externo. Basta con tomar el teléfono móvil para entrar en contacto con ese torrente de palabrería y colores. Tener de sobra tan diversas opciones de entretenimiento rápido, fácil y rebajado explica por qué nuestra época es particularmente adversa al aburrimiento e intolerante con la lentitud. Hay más distracciones que zonas valiosas sobre las cuales reposar los ojos.
Debido a esta sobreproducción de pasatiempos, muchas personas comparten un profundo hastío. Tanto estímulo y gratificación instantánea han pasado a tejer una monotonía pastosa, un ruido blanco.
La antología “Viajes al país del silencio” (Gris Tormenta, 2021) es un vivo ejemplo de la réplica que se puede dar a esa insatisfacción. En su prólogo José Manuel Velasco afirma que el “libro surge como respuesta a una sensación, colectiva y difusa, que suele escapar al entendimiento, pero que se hace evidente en el cuerpo a través del agotamiento y la parálisis. Una sensación de límite, saturación y exceso”. A manera de diálogo convoca a una diversidad de voces para reflexionar sobre ese país de calma.
Es cierto que asociamos la palabra silencio a ciertas connotaciones negativas. Odiamos los silencios incómodos que inundan los elevadores o nos hacen tropezar en una charla. También, por ejemplo, en ciertos casos silencio pareciera ser un sinónimo de solapar.
La nueva antología de Gris Tormenta logra captar un abanico de posibilidades distintas para dejar de concebir el silencio como un molesto vacío y comenzar a verlo como un vínculo con la naturaleza, introspección meditativa o experiencia estética.
Quizá nuestra sed de silencio se deba a la urgencia por descansar de ese sonsonete continuo. Navegamos en perpetuo apremio de ofrecer nuestra privacidad a la opinión pública y ser para los otros. La paradoja es evidente: estamos embobados con nuestras fotos, biografías y puntos de vista, pero nos aterra esa soledad que es tan necesaria para la introspección. Aunque obsesionados con nuestro yo, huimos de nuestra voz mental (quizá la parte más personal e íntima que tenemos) y aceptamos las fórmulas empaquetadas que se nos dan para pensar, imaginar y juzgar. ¿De verdad es tan insoportable nuestra vida interior que haremos cualquier cosa antes de sentarnos a escucharla?
Andar a la caza del silencio, es buscar un descanso.
Confesaré que, antes de abrir la antología, me pregunté si el ejercicio de escribir el silencio no es acaso imposible.
Después de leer la antología, sorpresivamente me sentí más ligera. Los ensayos me invitaron a ser partícipe de otros ritos para convocar el silencio: al leer descansé como si yo misma fuese compañera de expedición de los que huyen. Las palabras, en lugar de aniquilarlo, lo prolongaron.
Con información de Letras Libres