Fruto de una década de trabajo, el crítico publica «Wagnerismo, arte y política a la sombra de la música». En este texto, desmenuza anécdotas, historias, reflexiones y documentación con la fluidez desbordante habitual, mediante una lectura que, por momentos, parece una novela y, sobre todo, nos cuenta los hechos desde una perspectiva analítica, aunque profundamente contagiosa y adictiva
Fanáticos y detractores no han podido evitar manifestarse sobre Wagner a lo largo y ancho de la historia. Especialmente desde que el nazismo hizo suyo: devoró su obra y su persona y escupió los huesos.
“Me opongo a la tendencia de equiparar a Wagner con la Alemania nazi –dice Ross asomando en streaming–. No les pongo al mismo nivel, eso daría la victoria final a Hitler, pero hay que reconocer todas las extensiones de Wagner: los propios judíos que amaban su música sabían de su antisemitismo, y a pesar de todo reconocían la fuerza de su arte, al igual que la comunidad negra”.
La cuestión alemana es un tema candente del libro –también la misoginia y la relación de Wagner con las mujeres o sus personajes femeninos–, pero Ross toma distancia. “No creo que la fuente de Hitler sea Wagner, pues el antisemitismo ya existía. Hitler se había enamorado de él ya antes de politizarse, le abrumaron las historias y los sonidos de sus óperas. Es luego que se radicaliza y se va hacia la ultraderecha, llevándoselo con él”.
Efectivamente, en sus casi mil páginas el crítico musical introduce documentos chocantes, como la respuesta que le dio al rey Ludwig cuando éste le pidió explicaciones sobre por qué un antisemita se rodeaba de colaboradores judíos:
“Que tenga un trato amistosamente compasivo y de colaboración podría explicarse por el hecho de que yo considero que la raza judía es el enemigo nato de la humanidad pura y de todo lo que noble en ella: es seguro que causarán nuestro hundimiento, principalmente de los alemanes, y yo soy quizá el último alemán que he sabido mantener mi integridad como persona artística frente a un judaísmo que ya lo domina todo”.
“No podía imaginar una Alemania sin judíos. Les necesitaba como colaboradores y al final tenía sentimientos hacia ellos”.
Desde los simbolistas franceses al modernismo anglosajón, la pintura abstracta, el teatro o el cine, todo está atravesado por el wagnerismo. Incluso en la guerra se le invoca: las operaciones y fortificaciones adquieren nombres en clave directamente wagnerianos: la Línea Siegfried, la Línea Panther-Wotan, la Operación Brunhild o la Operación Fuego Mágico.
En 1939, el regalo de cumpleaños que recibe Hitler son los manuscritos originales de las tres primeras óperas de Wagner que habían pertenecido a Ludwig II. Más adelante, cuando el fin se acerca, Hitler deja de escuchar Wagner y prefiere operetas como La viuda alegre.
«A finales del siglo XIX a Wagner se le invocaba. No digo que no hubiera existido nada sin él, pero lo impulsó. Mucha gente se quedó con aquellas ideas, se reafirmó en ellas como en una especie de invernadero en el que Wagner era el agua y el clima adecuado. Wagner era un camaleón, se metamorfoseaba en distintas circunstancias. Y lo sigue haciendo».
Con información de La Vanguardia