Yuval Noah Harari pasó de ser un desconocido profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén a uno de los pensadores de moda.
Le llegó la fama de forma inesperada con su original y provocador ensayo sobre la historia de la humanidad, “Sapiens de animales a dioses”. Se pasea por los foros de debate más prestigiosos, sus libros son recomendados por Bill Gates, Mark Zuckerberg y Barack Obama, y líderes políticos como Angela Merkel y Emmanuel Macron abren huecos en sus agendas para intercambiar ideas con él.
Más allá de sus ideas provocadoras, parte del atractivo que tiene la figura de Harari sobre las élites se relaciona con su estilo de vida. Este profesor doctorado en la Universidad de Oxford en 2002, no tiene smartphone, es vegetariano y medita dos horas diarias, un estilo de vida que muchos desearíamos para nuestra salud.
Harari vive con su marido en un moshav, un tipo de comunidad rural israelí. Considera que su homosexualidad ha favorecido su trabajo al permitirle observar con mayor distancia la cultura dominante en su propia sociedad.
Con 45 traducciones lleva vendidos cerca de 15 millones de ejemplares de sus ensayos en todo el mundo. Su obra está dividida en cuatro partes, la primera nos enfrenta con los orígenes del mundo, con la aparición sobre la Tierra del género Homo, con su evolución hasta llegar al triunfo del Homo sapiens sobre otras especies humanas (que quedaron extinguidas) y animales (a la aniquilación de muchas de las cuales contribuyó de forma efectiva como mayor serial killer de la Tierra), mientras se producía una «revolución cognitiva» con la creación de un lenguaje ficcional.
La segunda parte trata de la “revolución agrícola”, ese momento que transformó la sociedad de cazadores-recolectores nómadas en otra de agricultores y pastores sedentarios, hace unos 10.000 años. Este escalón del progreso humano se complementó con la aparición de organizaciones complejas para ordenar la producción y la distribución de los acrecentados bienes, lo que conllevó inevitablemente la jerarquización de los grupos, de modo que las clases superiores (reyes, sacerdotes, administradores, grandes propietarios) tendieron a la discriminación y la opresión de las masas de trabajadores.
La tercera parte ya nos lleva a la edad moderna, al periodo de la primera globalización y de la aparición de los grandes imperios mundiales, como el español o el británico. Imperios que tienen su base en la ambición, es decir, en el dinero, por mucho que se disimule, bajo la pesada carga del hombre blanco de evangelizar, de civilizar o de democratizar a otros pueblos.
El último apartado se dedica a la «revolución científica», aunque no se limita a este episodio situado tradicionalmente en el siglo XVII europeo, sino a todos los hallazgos de los últimos 500 años en el terreno de la ciencia. Menciona el más recientes de la ingeniería genética, como la recreación de un cerebro humano dentro de un ordenador o la búsqueda, si no de la inmortalidad, sí al menos de la “amortalidad” implícita en el Proyecto Gilgamesh y otras posibilidades abiertas a los modernos Frankensteins. Y también de las limitaciones de este nuevo poder del hombre, que acelera el deterioro climático, que agrede a su propio hábitat, que se obsesiona por las cifras de la macroeconomía, pero al mismo tiempo se despreocupa de la felicidad cotidiana de millones de individuos.
Es imposible que nadie esté completamente de acuerdo con todas las afirmaciones de este libro aparte del propio autor. Faltan ingredientes de nuestra la historia que es imposible estén en un solo libro. Su ensayo resulta original y provocativo en numerosos aspectos y propone muchas cuestiones dignas de meditación. Lo más sugestivo es quizá su relativismo (la inexistencia de verdades absolutas suplidas por meras convenciones) y su ateísmo implícito: todas las religiones son meras ficciones, la naturaleza es el reino de la crueldad y no de la ética.