Por: Fredo Godínez.
A diferencia de muchos lectores, Xavier Velasco entró a mi vida a partir de las diversas colaboraciones que escribía para la extinta revista musical Switch: Diccionario misantrópico, Música para hacer el amor y uno que otro artículo musical; incluso, por muchos años, esas revistas sobrevivieron a limpieza exhaustiva que mi madre me obligaba a hacer, cada año, tanto al clóset como a mis cajones del cuarto. Hoy, el incremento de libros, películas y discos compactos me orillaron a elegir conservar tan sólo las copias de los artículos escritos por él. Luego, como todos, caí en los encantos de Violetta (personaje principal de Diablo Guardián) y a partir de allí me encandilé con toda la obra escrita por Xavier. Cuando terminé de leer Diablo Guardián, me invadieron unas ganas tremendas por querer conocerlo e intercambiar impresiones y confirmar ciertos códigos que detecté a través de otro de sus personajes: Pig. Cuando lo conocí no sólo se confirmaron mis sospechas sobre ciertos códigos lasallistas hallados en Pig, sino que encontré algunas similitudes y las suficientes diferencias para seguir manteniendo una gran admiración por su persona y labor como escritor. Si Sergio Pitol era el abuelo que me hubiera gustado tener, Xavier Velasco es el hermano del que me habría encantado ser cómplice.
Leer a Xavier Velasco, como a otras escritoras y escritores a los que les guardó cariño y aprecio, es todo un acontecimiento; pero -a veces- uno suele tomar cierta distancia para alimentar otras inquietudes, coleccionar nuevos conocimientos y posteriormente regresar con las viejas amistades y así tener nuevas aventuras para compartir. Después de Puedo explicarlo todo (2010) tomé cierta distancia; empero, nunca dejé de estar al pendiente de su carrera y siempre he estado leyendo su columna en Milenio: Pronóstico del Clímax. Simplemente necesitaba enriquecerme de nuevas conversaciones. En meses recientes y debido a la pandemia, regresé a mis viejos-nuevos clásicos, a mis imprescindibles de mi biblioteca personal, para retomar fuerzas. El encierro y la inactividad me han asfixiado de diversas formas. Y la narrativa de Xavier Velasco tiene esa inyección, esa especie de propulsión para abordar un Corvette y tomar la autopista con rumbo a la vida.
Si con Éste que ves (2007) o La edad de la punzada (2012) pude revisitar algunos pasajes agradables, y otros dignos de ser consumidos por el fuego, que me recordaron mi pasado lasallista en los pasillos del Colegio Benavente con Los años sabandijas (2016) pude conocer un poco el contexto socio-económico-tecnológico que antecedió a mi nacimiento. Soy modelo 1985.
A lo largo de casi 500 páginas, Xavier Velasco entregó al lector una historia que se desarrolla en la década de los 80’s. Al igual que en Diablo Guardián o Puedo explicarlo todo, esta novela tiene dos personajes principales -ejes de la historia: Ruby y Roxxane; quienes sostienen una relación de amistad-amor-complicidad-desamor-dependencia, misma que les permitirá sortear una serie de peripecias donde el sexo, la vida nocturna, la ambición económica, la simpatía por la tranza y otras bellezas -que caracterizan a las historias de Xavier Velasco- hacen acto de presencia. Una historia que es contextualizada por los hechos más importantes de la década: la gran devaluación de la administración de López Portillo, la incapacidad de reacción del gobierno de Miguel de la Madrid ante el terremoto que sacudió a México en 1985, la realización del Mundial de Fútbol de 1986. Y también, porqué es sello de la casa, aparecen esas otras características que forman parte de la educación sentimental: el Atari, la aparición del primer Walkman, la moda ochentera y la música de aquellos años que tanto marcaron y significaron la vida de Xavier Velasco: David Bowie y The Clash.
Sin embargo, para mí, lo más importante de esta novela no recae en la historia ni en su verosimilitud o en la perfecta construcción de sus personajes. Lo rico de este libro son los guiños con sus influencias y que está palpado en la estructura de la novela. Para el lector que se jacte de conocer a la perfección los pasos de Xavier Velasco, sabrá que Carlos Fuentes fue uno de los escritores que más lo acogió cuando se publicó Diablo Guardián, también tendrá claro la gran pasión de Xavier por la literatura picaresca al más puro estilo de: Quevedo, Camilo José Cela, Mark Twain o el humor presente en la obra de Ibargüengoitia y tampoco les será ajeno la admiración que el escritor tiene por el Boom latinoamericano y por ende su cercanía a las estructuras propuestas por escritores como William Faulkner. Y quizá, lo más importante de recordar: Xavier Velasco ha explicado un sinfín de veces que para él la literatura es un escape, un absoluto divertimiento y escribe lo que necesita o su “yo interno” le exige. Él sólo presta sus manos para que el niño que lo habita siga contando las historias que desea.
Y todo lo anterior, para decir que Los años sabandijas es una novela compleja por la estructura y recurso literario propuesto: hay personajes ambientales que van y vuelven, a lo largo de la historia, sin previo aviso y escenas que parecieran repetirse, pero son contadas desde otra óptica y ofrecen al lector datos nuevos que le podrán ayudar a armar el rompecabezas que es en sí la novela. Algo que Faulkner plasmó en su bellísima novela: ¡Absalón, Absalón! o Carlos Fuentes en algunas de sus novelas como: La muerte de Artemio Cruz. Y encima de eso, Xavier Velasco mantuvo su sello personal.
Los años sabandijas es el niño agradeciendo las enseñanzas recibidas por aquellas personas e historias que lo convirtieron en el narrador que tanto anhelo ser y que tanto le ayudaron a escapar de esa realidad abrumadora que vivía de chico. Todos o algunos vivimos un infierno personal en la infancia y sólo algunos hemos logrado aceptarlo.
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Los años sabandijas de Xavier Velasco (Editorial Planeta, 2016). México.