Por VB
Dentro de las charlas que algunos de los partícipes de este suplemento tenemos en un lugar profético y resiliente de la cultura poblana, tratando de arreglar al mundo y nuestras vidas, surgieron dos propuestas -una por correo desde Xalapa y otra desde el lugar de las promociones- que resolvimos elegir para la presente entrega.
Monsiváis y los escritores austriacos, que suenan de primera como algo lejano; sin embargo, si el autor de Amor perdido y Días de guardar hubiera vivido en esa época de la capital vienesa, tal vez estaría de acuerdo con Karl Kraus, el lúcido crítico de los medios y de la moral de su tiempo (pues ya sabemos que todo intelectual en el fondo es un moralista), en pensar que debemos convivir con el momento y los aspectos citadinos que nos construyen o destruyen. Pero el legendario Monsi, quizá, aborrecía a los que se decían intelectuales -y en el fondo también a los moralistas- porque, al igual que el vienés, era un terrible moralista e intelectual.
Die Fackel (La antorcha), desde 1899 hasta 1936, tal vez sea una revista sin parangón en el tiempo, pues circuló por más de treinta años y más de la mitad de este lapso con un sólo responsable, escritor, editorialista, periodista de fondo, crítico, lingüista, que no recibía colaboraciones de nadie, excepto de él mismo, Karl Kraus; en cierta manera dejó su impronta dentro de eso que José María Pérez Gay llamó el imperio perdido.
La Viena de las primeras y convulsas tres décadas del siglo pasado reunió, en el espacio público, la genialidad de los hombres de mayor creatividad del Imperio Austro-Húngaro bajo la fortaleza de la lengua germana: húngaros, checos, eslavos, polacos, ucranianos (Galitzia), serbios, croatas, todos unidos dentro de los discursos creativos de las letras, la música, la arquitectura, la filosofía, la lingüística; una época crítica con dotes excepcionales de genialidad.
Pensado desde El minutero, una perspectiva de 360°, este número es animado por una mirada reflexiva, crítica e informada, sobre la obra de algunos de los protagonistas de esa época dorada pero, hay que decirlo, en ciertos momentos -sobre todo a causa de la Guerra mundial- al borde del olvido. Robert Musil, Hermann Broch, Franz Kafka, Elias Canetti, Joseph Roth, pero también Freud, Klimt, Loos, Wittgenstein y el Círculo de Viena, Strauss, pero también actores políticos como Tito, Hitler, Lenin, entre otros, nos convocan a no participar de la tiranía de la memoria.
Y entre ellos, pensar en Carlos Monsiváis, quizás el cronista popular por excelencia -que sin pudor y con liviandad miraba desde una colonia que oscila entre la clase popular y media-, quien generó una crítica/crónica que, como señalaba Gabriel Careaga en su Biografía de un joven de clase media, apreciaba a María Félix y Pedro Infante pero no desconocía la poesía más sofisticada de la tradición norteamericana, ni la historia de las revistas y personajes más representativos del cine, la radio, la televisión o la farándula, para de plano conjeturar una enorme antología sobre la poesía mexicana o una charla informal sobre el muralismo mexicano.
Ambos momentos los presentamos con la intención de abrir esos diálogos que a veces también olvidamos y que un servidor, un hombre sensible como Fernando Morales u otro incisivo como Irving Ramírez, un iconoclasta y categórico como Mario Martell, un disciplinado y crítico como Marco Antonio Cerdio, uno puntual y asertivo como Aldo Báez, además de jóvenes como Marco Alejandro o el ya famoso José Luis Dávila, compartimos bajo el doble gusto de la escritura y la charla como instrumentos contra la inanición cultual que a veces quiere apoderarse de todos los espacios.
Por eso abrimos dos puertas, una hacia un espacio cultural crítico y creativo que nuestros autores cumplen a cabalidad y otro hacia la recuperación de, tal vez, el mayor crítico y cronista cultural contemporáneo, un hagiógrafo de la vida cotidiana, como bien indica Mario Martell.
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Este artículo forma parte del número 177 de Revista 360 Grados.