En Puebla, desde 2011 —cuando Rafael Moreno Valle Rosas llegó al gobierno estatal— se inauguró una era peculiar en Twitter: la de las cuentas falsas. Unos eran bots que aplaudían a rabiar cada obra oficial; otros, troles que atacaban con saña a las voces críticas. Entre ellas, of course, my horse, los periodistas.
Mientras en este rancho camotero florecían esas prácticas, en el gobierno federal brotaron los Peñabots: idéntico fin, mismo hedor. Dicen los que saben que el financiamiento de esas cuentas venía de una dependencia encabezada por un priista poblano muy cercano a Rosario Robles. Si la entonces funcionaria lo sabía… eso permanece en el terreno de lo desconocido.
Con los años, el método se recicló: desde el Congreso del Estado, se montaron más cuentas anónimas para atacar a periodistas, empresarios, funcionarios y críticos del gobernador Miguel Barbosa Huerta. Gabriel Biestro Medinilla, a la sazón líder del Congreso local, ha negado mil veces ser el autor intelectual de ese ejército de bulos y difamaciones. Todo quedó —dicen— en una extraña coincidencia.
Por su parte, se comenta que, desde el Ayuntamiento de Puebla, bajo el mando de Claudia Rivera Vivanco, también se orquestó una estrategia digital para contrarrestar a los Barbibots (por llamarlos de alguna manera). Si la entonces alcaldesa lo sabía o si fue cosa de alguna oficina de Comunicación que actuó a sus espaldas, tampoco está claro. Otra extraña coincidencia.
Lo que sí es evidente: desde el anonimato se han creado outlets, minions (hordas de redactores que reciben dictados), troles y cuentas falsas que lanzan bullying sin dar jamás la cara.
Y ojo: para sostener esa maquinaria hace falta mucho billete. Nadie en su sano juicio, con trabajo formal, familia que mantener y cuentas que pagar, tiene tiempo ni cabeza para dedicarse a trolear a sueldo. Esto requiere financiamiento —ya sea de empresas, de oficinas públicas o de contratistas— y voluntad expresa de causar daño, por venganza o por cálculo político.
Todo este choro mareador viene a cuento porque este jueves en el Congreso del Estado se aprobará la Ley contra el Ciberacoso. Su propósito no es atacar la libertad de expresión, sino frenar el grooming, las estafas en línea y el acoso cobarde que prolifera desde el anonimato. La iniciativa fue presentada en su momento por el entonces diputado local, José Luis García Parra, hoy coordinador del gabinete del Gobierno poblano.
Aclaremos: un periodista que, con pruebas en la mano, denuncia un caso de corrupción o satiriza a un funcionario, no debe ser sancionado. No actúa desde el anonimato, la ley lo permite y la parodia política está amparada por jurisprudencia.
Quienes sí deberían preocuparse son los políticos y empresarios que financian a los bots. Esos que esconden la mano tras la red.
Ahora bien, todos hemos sido víctimas de ese bullying digital. Tantos años de burlas y troleos nos han vacunado. Hoy sabemos que las mentadas de madre en redes son como las campanadas de misa: quien quiere va, y quien no, pues no.
A diario, quienes ejercemos este oficio somos tildados de vendidos, tundeteclas, cagatintas, chayoteros y más. A veces, críticas genuinas nos hacen reflexionar; otras, sabemos que detrás hay veneno puro. Y hemos aprendido a no beberlo, porque el veneno es de quien lo lanza, no de quien lo recibe.
Como bien dice un atinado comentarista deportivo de Puebla: «Yo soy responsable de lo que escribo y digo, no de cómo lo interpreten. Esa ya es su bronca.»
Así que quien nada debe, nada teme con la ley que se vota. Perdón por el lugar común… pero es lo que hay.